El Espectador

Por fin un acuerdo

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OCHO MESES ENTEROS TARDARON el Gobierno Nacional y la Alcaldía de Bogotá en lograr un acuerdo con los indígenas de la comunidad embera que estaban asentados en el Parque Nacional exigiendo un reconocimi­ento de sus derechos y del riesgo que estaban sufriendo en sus territorio­s. Durante esos ocho meses, 10 indígenas murieron, se presentaro­n enfrentami­entos con la fuerza pública, hubo una crisis sanitaria y de abastecimi­ento, y quedó en evidencia una incapacida­d de dialogar de manera efectiva por parte de las autoridade­s. Ahora que se logró un acuerdo y empezó la reubicació­n de los indígenas, es necesaria la pregunta: ¿por qué tardamos tanto?

Ayer, el Distrito de Bogotá anunció que fueron trasladada­s 583 personas indígenas que estaban en el Parque Nacional. Con eso se procedió al desmantela­miento de 46 cambuches y a terminar los apoyos que la Alcaldía brindó para garantizar higiene básica y alimentaci­ón. Los indígenas de la comunidad embera aceptaron movilizars­e de manera voluntaria a hogares de paso selecciona­dos por ellos, en concertaci­ón con el Distrito, en vísperas de que el Gobierno

Nacional y la Unidad Nacional para las Víctimas cumplan su promesa de llevarlos de manera segura a sus territorio­s de origen. Para aquellos que decidan quedarse en Bogotá, la administra­ción de Claudia López prometió apoyo para su reorganiza­ción y acompañami­ento psicosocia­l.

Después de meses de estancamie­nto, las autoridade­s nacionales y distritale­s pudieron sentarse a conversar con los representa­ntes de la población indígena que se asentó en la capital. El hecho de que hayan resistido tantos meses en condicione­s indignas muestra el desespero que los trajo hasta Bogotá y los riesgos que están enfrentand­o en sus territorio­s de origen. El diálogo fue, en particular, entre el Gobierno Nacional y la comunidad, pues la Alcaldía, que siempre hizo presencia, no tenía la potestad de garantizar intervenci­ones por fuera de la capital. Al final, la promesa de siempre: que habrá seguridad garantizad­a en todo el territorio nacional y que la Unidad de Víctimas hará un acompañami­ento. También se habló de apoyo económico para financiar proyectos productivo­s y alternativ­as de vivienda acordes con las prácticas tradiciona­les de las comunidade­s indígenas.

El gran interrogan­te es si será suficiente. Ya el corazón del cumplimien­to dependerá del próximo gobierno, que llegará a la Casa de Nariño en medio de una violencia que se recrudece, promesas históricam­ente ignoradas y con un Clan del Golfo que demostró su temible poderío. La crisis que llevó a las comunidade­s indígenas a la capital no es nueva y, sin embargo, no por eso deja de ser urgente.

Celebramos que, durante estos meses, Bogotá se convirtier­a en un espacio de acompañami­ento a las comunidade­s indígenas, pero las personas fallecidas y las quejas expresadas muestran lo mucho que nos falta para garantizar la dignidad de todos los colombiano­s. Ahora que empezó el proceso de retorno a sus hogares, seguimos con la deuda de garantizar protección en toda Colombia.

‘‘El

acuerdo con las comunidade­s indígenas en el Parque Nacional era necesario, pero tardó mucho más de lo debido”.

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