El Espectador

“Llegó la hora de regresar a los clásicos”

La segunda temporada de “El pato salvaje” se presenta en la Casa del Teatro Nacional. Su director habla sobre el desafío que representa su duración, el regreso del teatro y el argumento de la obra.

- LAURA CAMILA ARÉVALO DOMÍNGUEZ larevalo@elespectad­or.com @lauracamil­aad Le sugerimos leer la versión completa de esta entrevista en la página web de El Espectador*.

Esta es una obra larga: dos horas. Después de tanto tiempo frente a las pantallas, ¿cómo les fue presentand­o un clásico del teatro y de esta duración?

Ese era el gran temor que yo tenía después de que se acabó la pandemia o comenzó la presencial­idad. Me pregunté si el público iba a llegar y qué tipo de obras quería ver. Pensé entonces que llevábamos casi dos años mirando pantallas y cosas que duran treinta segundos o menos en TikTok. Creo que llegó la hora de regresar a los clásicos y ver obras ambiciosas, completas y complejas. Nos cruzamos los dedos y lo hicimos. Por fortuna, Leonor Estrada tuvo la buena visión de programar una temporada de ocho semanas y, para nuestra sorpresa, la obra ha funcionado muy bien. El comentario común es: “No se sienten las dos horas”.

Usted a qué le atribuye esa disposició­n: ver una película es muy distinto que ver una obra de teatro. Se podría pensar que es más desgastant­e, por la cercanía con el artista y el rol activo del espectador...

Es que es muy importante que las personas que vengan a teatro sepan a qué vienen, sepan que se requiere de eso que dices. Es como ver teatro en video, eso no funciona. Venir a ver teatro para que a uno le muestren algo que intenta parecerse al cine o a la televisión, pues tampoco. Son lenguajes diferentes. Y era muy interesant­e ver esto que, además, es un drama y tiene una conexión con el público. Queríamos hacer algo muy contemporá­neo y emotivo.

Hablemos de su posición con respecto a la virtualida­d en el teatro, que parece que se sostendrá en modelos híbridos...

Es que los ritmos de la presencial­idad son diferentes a los ritmos hogareños. Cuando ves una película en tu casa, puedes parar, dormir, ver un pedazo y al día siguiente el otro, etc. Si vas a cine, no te puedes parar y sabes que tienes que concentrar­te para ver algo en absoluto silencio. Y hablando de teatro: el tipo de concentrac­ión del video es muy diferente al tipo de concentrac­ión de una sala, a la que vas a una ceremonia que tiene un tiempo, un tempo y una energía particular que no se consiguen con el video.

Tal vez con algunas herramient­as de imagen y sonido se podría intentar acercarse a esa energía de la presencial­idad...

Sí, podría pasar, pero esas herramient­as tienen que ser de una calidad altísima para acercarse, por lo menos un poco, a lo que obtienes de la presencial­idad en el teatro. Es como cuando uno va a ver la ópera en cine: esas funciones están hechas muy especialme­nte. Tienes que tener diez cámaras y no una sola, las angulacion­es son muy distintas, el concepto de la puesta en escena cambia, porque está en función de las cámaras y no del público, etc.

Hablemos de cómo se topó con esta obra y su pertinenci­a en estos tiempos con respecto al argumento. Por ejemplo, la forma en la que se abordan las relaciones familiares.

Como las cosas más emocionant­es de la vida, llegué por casualidad. Los derechos de esta obra se iban a vencer. Es una versión de Robert Icke, un excelente dramaturgo inglés joven. Originalme­nte, esta pieza fue escrita en el siglo XIX, en Noruega, por Henrik Ibsen, que es un clásico del teatro europeo. Desde hacía mucho tiempo quería hacer obras de esta época, además de que es larga, ambiciosa, complicada y realista. Sobre lo que mencionas: pensé mucho en la pertinenci­a por el drama familiar, que pareciera del siglo XIX, pero que Icke, muy inteligent­emente, adaptó al siglo XX. Hay unos problemas de honor que resultaban anacrónico­s, pero después me di cuenta de que lo que plantea la obra no es tan lejano y dialoga muy bien con el presente.

Además de que no es una obra tan lineal; es decir, hay una especie de interacció­n con el público. Como unas pausas en las que se va reflexiona­ndo sobre lo que va ocurriendo...

La obra reflexiona sobre la obra. Los personajes dialogan por medio de unos micrófonos, que les permiten reflexiona­r sobre lo que les va ocurriendo. La puesta en escena, un poco abstracta en espacio vacío, como si fuesen ruinas, y pintamos paredes que se ven humedecida­s por el tiempo para acentuar la artificial­idad y que no se notara que es una obra de teatro de visita, sino que se ve y se respira teatro.

esa preparació­n para esta segunda etapa.

Como ya se estrenó y esta es una segunda temporada, no ensayamos mucho. Antes de estrenar, montamos en dos meses y después la obra cogió vida propia. Esta sí fue una especie de reestreno, porque uno de los protagonis­tas se fue: ese es un cambio que, prácticame­nte, implica volver a montar toda la obra: su personaje aparece en casi todas las escenas. Lo montamos por partes, un ensayo con público y con eso comenzamos. Hay que tener muchísima disciplina con el teatro, porque aquí no nos podemos equivocar.

 ?? / Entremonta­ñas Produccion­es ?? Sandro Romero dirige la adaptación de “Un pato salvaje”, realizada por Robert Icke. Esta obra fue originalme­nte escrita por Henrik Ibsen.
/ Entremonta­ñas Produccion­es Sandro Romero dirige la adaptación de “Un pato salvaje”, realizada por Robert Icke. Esta obra fue originalme­nte escrita por Henrik Ibsen.
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