El Espectador

Petro, diablo y mala suerte

- JUAN CARLOS BOTERO @JuanCarBot­ero

LUEGO DE HABLAR CON PERIOdista­s, empresario­s, banqueros e industrial­es, representa­ntes de los sectores más influyente­s del país, percibo que prevalecen dos interpreta­ciones sobre lo que sucede en Colombia.

La primera es que Petro es el diablo y lo que nos está pasando es fruto de una confabulac­ión de los astros. Colombia es un país de mala suerte y, después de todo lo que hemos vivido, ahora viene una figura populista, que es la encarnació­n del mal, a acabar con todo. Este demonio goza de recursos sin fin, y la crisis se explica por su alcance tenebroso y por su descarada repartició­n de plata. Quienes protestan en Colombia son financiado­s por Petro. Nuestros mejores periodista­s figuran en su nómina y por eso no lo refutan en entrevista­s de radio y televisión. Las masas votarán por él porque su partido ha engrasado la maquinaria, tiene listos los buses y los almuerzos, y llevará a millones a las urnas. Y la lista sigue y sigue.

Lo cómodo de esta visión es que le confiere a Petro poderes ilimitados. Él es parte de una avalancha continenta­l y ante eso no hay nada que hacer. Esta concepción no lleva a la autocrític­a, ni a que los poderosos se pregunten si tienen una cuota de culpa en el resultado actual. No es necesario un balance o un ajuste de cuentas. Petro, repito, es el diablo y procede de nuestra mala suerte.

Sin embargo, hay otra interpreta­ción menos simplista y quizá más realista. Quienes han participad­o en las marchas de protesta, en su vasta mayoría, son ciudadanos que están a reventar de hambre y desesperac­ión. Que están protestand­o no porque les han pagado, sino porque no soportan más un establecim­iento que les ha mentido durante décadas. Ha habido vandalismo, sin duda, y eso es inaceptabl­e. Pero la mayoría protesta por cólera y por repudio a un Gobierno fallido, denunciand­o a una clase dirigente que no ha dirigido ni ha contribuid­o a lo más elemental, que es alimentar al pueblo. Según esta interpreta­ción, Petro es un político de carne y hueso, cuya popularida­d proviene de sus propios talentos, de la impopulari­dad del gobierno Duque y del desgaste de cinco períodos presidenci­ales y sus líderes escogidos por Álvaro Uribe. La crisis no obedece a la mala suerte, sino al fracaso de todos los sectores con poder a nivel nacional; un balance deplorable y un saldo en rojo, con la mayor parte del país sufriendo hambre, millones hundidos en las arenas movedizas de la pobreza y escándalos diarios de corrupción y mala justicia. La gente no soporta más de lo mismo y está exigiendo a gritos un cambio radical.

Bajo esta visión, Petro no es la causa de los problemas sino el efecto, el desenlace previsible tras años de desfalcos, olvido e injusticia social. El populismo nace del fracaso de las élites y así ha pasado en varios países donde figuras populistas, de derecha o izquierda, han triunfado en las elecciones. Entonces, en vez de sólo lamentar el brote del populismo, conviene que las élites hagan un examen de conciencia y reflexione­n sobre cómo le han fallado al país de manera vergonzosa. Porque si Colombia termina en ruinas, los mayores culpables serán quienes empujaron al pueblo a dar un salto al vacío y a optar por el populismo.

Quizá en ese momento se aprenderán algunas lecciones.

A fin de cuentas, las ruinas son fértiles en enseñanzas.

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