El Espectador

Trizas y risas

- FRANCISCO GUTIÉRREZ

AL PRINCIPIO DE SU CUATRIENIO, Duque nos prometió que no tendríamos “ni trizas ni risas”. Se refería al dicho de uno de los líderes de su partido, que fue lo suficiente­mente sincero, o tonto, como para declarar que un gobierno del Centro Democrátic­o haría trizas el Acuerdo de Paz. No, eso no pasaría, explicó el perfeccion­ista, pero tampoco habría risas (la guerrilla desmoviliz­ada tampoco tendría motivos para estar feliz).

Algo cumplió con respecto de lo segundo: a los excombatie­ntes los han seguido matando. Pero estos cuatro años terribles se nos han ido entre trizas y risas, oscilando siempre entre lo siniestro y lo cómico. Con tensiones brutales acumuladas, que van creando una sensación de que se cae la estantería. ¿Sólo yo siento esto? ¿De pronto exagero? Siempre es bueno hacerse esas preguntas. Pero en este caso creo que la respuesta es no. Piense la lectora en los eventos de los últimos días: paro armado de las Autodefens­as Gaitanista­s que cubrió decenas de municipios y varios departamen­tos, asesinato del fiscal antidrogas de Paraguay que vacacionab­a en las Islas del Rosario con su esposa, torcidísim­a acción de la procurador­a para castigar a alcaldes que no son de su cuerda mientras contempla sin inmutarse la continua participac­ión en política de altos funcionari­os del Gobierno nacional, activismo insolente de un criminal de guerra (como destacó Cecilia Orozco en este diario), más escándalos relacionad­os con las institucio­nes electorale­s…

Esto cubre la parte de trizas: este Gobierno no sólo desmontó todo lo que pudo del Acuerdo de Paz, sino que incendió el país con su violencia, autoritari­smo e ineptitud. Y haciendo gala, cada vez que descendíam­os al abismo, de su comicidad inconscien­te. Para nombrar sólo lo más reciente: piensen en la vicepresid­enta haciéndose cruces con mojigata unción por la participac­ión en política de funcionari­os públicos, o en la irritada declaració­n de Duque de que el paro armado estaba constituid­o por “hechos aislados”.

Sin embargo, el capítulo de “risas” tiene otra sección harto más constructi­va, que no debemos olvidar nunca: la lucha a brazo partido por mejorar nuestra sociedad, protagoniz­ada por muchísimos colombiano­s. Costosa y dura, pero, si me permiten, también gozosa. Estas iniciativa­s pueden o no estar ancladas en el Acuerdo mismo, pero se articulan a él a través del esfuerzo por construir un país vivible, un poco más incluyente, menos cruel. Destaco dos ejemplos que me llamaron mucho la atención en los últimos días: uno nacional/global, otro local.

El primero: el estupendo humorista John Oliver, al analizar el plan de la extrema derecha estadounid­ense de echar para atrás los derechos reproducti­vos de las mujeres de su país, publicó esta semana un video mostrando cómo los Estados Unidos quedarán rezagados con respecto de otros. En busca de ejemplos positivos, que van en la dirección contraria, se topó con adivinen quién. Sí, con esta adolorida Colombia, que logró un importante avance (contra Gobierno, viento y marea) en este terreno. Destaca de manera ingeniosa y empática —a partir de un pasamontañ­as tejido en crochet— la paciencia, obstinació­n y civilizada ferocidad que se necesitan para lograr y sostener estos avances.

El segundo: hace poco hablé con Álvaro González y Patricia Uribe, quienes me expusieron su fabulosa iniciativa, Fortulee. Se basa en una idea sencilla y poderosa: leer mejora la calidad de vida. Con pasión, casi siempre con recursos propios y con las uñas, han llevado la lectura a cientos de niños y jóvenes durante 13 años a siete municipios de Arauca. Una labor admirable e impresiona­nte de construcci­ón de tejido social. ¿Quién habló de “resilienci­a” y persistenc­ia?

Cuánto se podría construir con estas energías si tuviéramos otra clase de equipo dirigente en el Gobierno.

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