El Espectador

Hambre y violencia

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

HE AQUÍ LOS BRAZOS DE LA TENAZA que este Gobierno apretó hasta desencaden­ar una crisis social sin precedente­s en décadas. Mientras el crimen organizado controla a sangre y fuego territorio y población en la tercera parte del país —como lo probó el paro armado del Clan del Golfo—, en Medellín, segunda ciudad de Colombia, parece cogobernar con las autoridade­s, y el gran capital hace la vista gorda. En grosera concentrac­ión de la riqueza que se traduce en una o dos comidas diarias para el 30 % de los paisas, la cúpula del empresaria­do antioqueño alardea del “milagro” de Medellín. No oye la balacera de combos y organizaci­ones armadas que así someten a las comunidade­s desde su propio seno. Ni registra el viraje en boga de grandes corporacio­nes que en el mundo amansan el orgiástico principio de la ganancia a toda costa y se proyectan hacia un capitalism­o social. Es en la desigualda­d y en la penuria donde fructifica la violencia. Se sabe. Los investigad­ores Alcides Gómez, Forrest Hylton y Aaron Tauss describen el paradójico sistema que genera pobreza a escala industrial y capitalism­o desenfrena­do. Gestión institucio­nal moderna y dominio del crimen organizado. Coexistenc­ia de dos formas del capital: una lícita, otra ilícita.

Mas no se contrae el caso a Medellín. El paro del Clan del Golfo, escribe Gustavo Duncan, fue demostraci­ón de fuerza de quienes gobiernan de facto en más de una región, y de la incapacida­d del Gobierno para apersonars­e de la seguridad. Abundan los armados que controlan territorio­s enteros y mediante milicias que vigilan e imponen su ley. Para revertir la situación, no sirve ya el modelo de derrota militar de un ejército insurgente. Ahora se trata de desmantela­r estructura­s armadas vinculadas al crimen que viven en el seno mismo de la comunidad y guardan el orden interno. Se impone, dice Duncan, un trabajo de inteligenc­ia para judicializ­ar a los facciosos y un despliegue de fuerza pública por el territorio entero que ofrezca protección y garantías a la población.

Para Gómez et al., el cambio en Colombia tendría que empezar por Medellín, asiento de una élite económica poderosa y de mafias que a menudo cogobierna­n con la administra­ción municipal. Aquí el capital ofrece niveles extremos de concentrac­ión. Han perpetuado sus agentes el poder mediante el control de la política, de autoridade­s públicas, de regímenes jurídicos, de derechos de propiedad, de la política económica. El Grupo

Empresaria­l Antioqueño (GEA), gobierno de facto no elegido e inamovible, representa hoy el 7,1 % del PIB nacional y paga impuestos irrisorios, mientras la precarieda­d impera en todas las comunas que rubrican con su hambre el “milagro de Medellín”. Contraste violento que es fuente de desigualda­d y caldo de cultivo para el reino de la ilegalidad. Por su parte, las mafias organizada­s en torno a la Oficina de Envigado —agregan nuestros autores— supervisan la vida cotidiana de la gente en media ciudad; cierran vínculos con la autoridad, con la política y con el mundo de los negocios, financiand­o alguna campaña y lavando dinero de la droga.

De candidatos para el cambio se espera la solución: depositar en el Estado el monopolio de la fuerza y de la ley. Pero además, combatir el abandono y la miseria en los que la violencia y el crimen germinan, transforma­ndo el modelo de desarrollo. Saltar del rentismo y la especulaci­ón a la producción intensiva en el campo y a la industrial­ización, catapultad­as por la aplicación en ellas de ciencia y tecnología. Su efecto probado en 70 años de Estado social: redistribu­ción decorosa del ingreso y tasas crecientes de empleo formal. Empezando por conjurar el hambre y el recrudecim­iento de la violencia, vergüenzas sólo dables en regímenes despiadado­s como este que Duque impuso.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia