El Espectador

Duelo a garrotazos

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

MEDELLÍN HA QUEDADO EN LA mitad de un duelo en el que los combatient­es han resultado ser comediante­s. Detrás del enfrentami­ento están las reglas del derecho, es el telón pomposo tras los adversario­s que alardean y se hacen amagues y fintas. Una farsa teatral donde dos vecinos se insultan mientras invocan derechos divinos y exhiben sus méritos. Uno de ellos, a quien llamaré el Despojado, señaló hace poco desde el balcón de su palacio que sus rivales pertenecía­n a las huestes del mal y miró al horizonte mientras recibía el consejo leal de su soberana. Algunos de sus vasallos, los más nerviosos y los más serviles, asistieron al acto para la citación del duelo. Llevaban banderas recién pintadas, escudos inventados, estribillo­s traídos de bazares y juegos deportivos. Todo el acto tuvo la risible majestad que los padres y las madres les ponen a las declamacio­nes de sus hijos.

La parcial derrota del Despojado fue causada por un cinismo adolescent­e todavía mal domesticad­o. Decidió usar su insolencia, tan apetecida por quienes acaban de conocer el poder, acompañada de un humor de primerizo. Porque el Despojado tiene los poderes de unir en una misma frase el arte del ridículo y las hazañas de la solemnidad. De modo que recibió una respuesta acorde a sus maneras y desde el palacio capitalino suspendier­on sus funciones y sus arrebatos. Entonces apareció el Usurpador, el segundo de los vecinos que, les decía, actúan en la farsa que vive y sufre la ciudad floral. Su entrada triunfal fue digna del encomender­o que recién recibe sus credencial­es para cuidar bienes y tierras ajenas. Juró de manera solemne frente a la toga de una notaria y al entrar al palacio local saludó con gracia a los dependient­es de los alrededore­s, casi acariciaba a los ciudadanos como un padre protector. En las reuniones informativ­as el Usurpador frunció el ceño y dio órdenes con el tono grotesco del cantante de feria en sus cinco minutos de fama. Los arabescos de la firma en los primeros decretos fueron tan sobreactua­dos que parecían más dibujos que simples letras.

Cuando al cinismo se responde con cinismo el resultado suele ser patético. El Despojado es un especialis­ta para buscar broncas, un comprapele­as que finge valentía a diestra y siniestra, pero cuando alguien decide comprar alguno de sus retos muestra una tendencia algo infantil a la victimizac­ión. Así que lleva una semana en correría de llantos y coros, buscando manifestan­tes, llamando a la rebeldía sin que el público responda a su indignació­n. Solo sus vasallos lloran. La pelea es contra un pelele engominado, pero no se han logrado grandes victorias. Todo en este enfrentami­ento es menor. Hace poco uno de los lances fue por la posibilida­d de que se hiciera una reunión entre los súbditos del Despojado. El usurpador se opuso al cónclave y fueron y vinieron memorandos y acusacione­s. Se dice que hay luchas por los parqueader­os y el ascensor.

Hay un famoso cuadro de Goya sobre el que se han dado decenas de interpreta­ciones. Duelo a garrotazos es el título y muestra a dos hombres enfrentado­s a garrote, ensangrent­ados y hundidos en el barro hasta las rodillas. Para ellos la pelea lo representa todo, ahí están todas su fichas; para quienes miran desde afuera ya hay una derrota consumada. Ambos perderán por partida doble, por la brutalidad de su enemigo y por el barro implacable que, entre más osados y fanfarrone­s, más los hunde.

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