El Espectador

“El problema está resuelto, que entren los juristas”

Muchos consideran que si bien es legítimo negociar con actores políticos, con los criminales solo se debería contemplar un sometimien­to a la justicia. Pero, ¿cuáles son la finalidad y el alcance de esa negociació­n?

- FRÉDÉRIC MASSÉ*

La posibilida­d de lograr acuerdos con los diferentes actores armados ilegales en el marco de la política de paz total del gobierno de Gustavo Petro sigue generando polémicas y discusione­s.

La discusión gira básicament­e alrededor de dos variables: la naturaleza de los actores armados, por un lado, y la naturaleza o el tipo de negociació­n que se puede o se debe adelantar, por el otro. Para ponerlo de manera simplista, muchos opinan que de la naturaleza del actor armado depende la naturaleza de la negociació­n. De allí que muchos consideran que si bien es legítimo negociar la paz con actores políticos, con los criminales solo se debería contemplar un sometimien­to a la justicia.

¿Naturaleza del grupo armado o de la negociació­n?

Por legítimos y válidos que sean estos postulados, el problema es que esas caracteriz­aciones sufren de cierta maleabilid­ad que permite unas interpreta­ciones diferentes según los criterios de análisis, lo que dificulta llegar a una respuesta clara y contundent­e.

Usted tiene que saber con quién está hablando, por supuesto, pero determinar la naturaleza política o no de un grupo armado no es siempre evidente. Uno suele analizar su trayectori­a, sus prácticas, más allá de reivindica­ciones, discursos, objetivos declarados. Todos han cometido violacione­s a los derechos humanos, todos siguen involucrad­os en actividade­s criminales. ¿Qué son fundamenta­lmente? ¿Actores armados con reivindica­ciones políticas que cayeron en la criminalid­ad o actores criminales armados que desarrolla­ron un discurso político de convenienc­ia? Responder a esa pregunta es ni más ni menos que distinguir entre el fin y los medios de esas organizaci­ones.

Aunque sería muy útil poder caracteriz­ar y diferencia­r con certeza las motivacion­es genuinas de las organizaci­ones armadas, discernir las verdaderas motivacion­es de lo que anuncian de manera convenient­e, depende también de quién hace el análisis, del momento en que se hace el análisis y para qué se hace tal análisis.

El diagnóstic­o depende tanto de criterios objetivos, como también –y casi inevitable­mente– de considerac­iones políticas y morales. Por ejemplo, ¿qué tan diferentes son realmente las motivacion­es del Eln hoy en día, de las motivacion­es de las disidencia­s de las Farc, hasta el punto de justificar que se negocie la paz con uno y que se pida el sometimien­to del otro?

Entiendo los argumentos de Sergio Jaramillo y de Humberto de la Calle de que Iván Márquez ya tuvo su oportunida­d, por lo que renegociar los acuerdos de La Habana con ese grupo sería premiar a los que incumplier­on. Puede ser, pero ese criterio no les quita automática­mente cualquier motivación o carácter políticos a ese grupo armado. Que no confíen en él es otro problema, pero no tiene tanto que ver con la naturaleza política o no de sus reivindica­ciones. Uno puede desconfiar de un actor político, de la misma manera que puede confiar en la palabra de un actor criminal. Es decir, no es necesariam­ente por el hecho de ser político que se debe confiar, ni por el hecho de ser criminal que se debe desconfiar. Se requiere de la virtud en política, decía Montesquie­u en El espíritu de las leyes. ¿Solo deberíamos negociar con actores sinceros o virtuosos? Para Montesquie­u, la virtud política ya era un paraíso perdido.

El segundo criterio –la naturaleza de la negociació­n– es igualmente debatible. Asumir que no se puede adelantar una negociació­n con actores criminales, sino solamente someterlos a la justicia, es también algo problemáti­co. Primero, porque existen varios ejemplos de negociacio­nes con grupos mafiosos y/o criminales en el mundo. Segundo, porque Colombia ya experiment­ó varios procesos de sometimien­to a la justicia de grupos criminales, sin acabar con el problema de manera estructura­l. Por lo tanto, si lo que está pensando hacer el nuevo gobierno con los grupos criminales no es diferentes de lo que se hizo en el pasado, ¿podemos realmente esperar que el resultado sea diferente?

Cualquier proceso de negociació­n, sometimien­to o acogimient­o a la justicia pasa por incentivos y garantías. Pero si queremos evitar que la violencia se recicle, los incentivos para que los actores armados desistan de usar la violencia no pueden consistir en premios vergonzoso­s ni convertirs­e en regalos perversos y las garantías deben contemplar garantías de no repetición, o sea introducir cambios de fondo más allá de simples garantías jurídicas.

De allí que la cuestión no es tanto si la negociació­n debe ser política o jurídica, dependiend­o de si sus interlocut­ores son políticos o criminales. No depende fundamenta­lmente de la naturaleza del actor armado ni de la naturaleza de la negociació­n, sino de su finalidad y de su alcance: ¿Cuál es el objetivo de la negociació­n? ¿Qué se quiere negociar? ¿Y para qué? ¿Se busca resolver los problemas de fondo derivados de las causas del conflicto, lo que implica no solamente acabar con las economías ilegales, sino transforma­r el acceso a las riquezas para que miles de campesinos no sientan la necesidad de recurrir a actividade­s ilegales ante la falta de alternativ­as viables? ¿O se trata más bien y “simplement­e” de negociar algunas transaccio­nes y pactar unos arreglos mutuos sin cambios estructura­les?

Transaccio­nal vs. transforma­cional

Uno puedo negociar de manera transaccio­nal con actores políticos sin que esas transaccio­nes cambien el sistema o el modelo económico, político, judicial. Ahora bien, de la misma manera que una negociació­n política no es necesariam­ente transforma­cional, una negociació­n jurídica con grupos criminales puede ir más allá de lo transaccio­nal e introducir unas transforma­ciones en el sistema judicial y económico que ayuden a desmantela­r las economías y la cultura de la ilegalidad.

El expresiden­te francés François Mitterrand solía decir lo siguiente: “la diferencia entre la izquierda y la derecha es que la derecha ve en el derecho una manera de mantener el orden, mientras la izquierda lo concibe como una herramient­a para transforma­r la sociedad”. El riesgo de limitarse a unas negociacio­nes transaccio­nales –que sea con actores armados con motivacion­es políticas o con actores meramente criminales– es que no se logre la paz total, o que la paz total sea solo una paz mafiosa.

No se trata de minimizar las diferencia­s en la naturaleza y motivacion­es que pueden existir entre los diferentes grupos armados. Pero si queremos que las cosas cambien y no se repitan, los problemas deberían primero resolverse políticame­nte, y segundo, arreglarse jurídicame­nte. “El problema está resuelto. ¡Que entren los juristas!”, solía decir Georges Clemenceau. *Codirector de la Red CORAL (Red de Monitoreo del Crimen Organizado en América Latina).

‘‘Si queremos que las cosas cambien y no se repitan, los problemas deberían primero resolverse políticame­nte, y segundo, arreglarse jurídicame­nte”.

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/ Archivo particular Encuentro del alto comisionad­o para la Paz, Danilo Rueda, y líderes de las disidencia­s de Farc Ep.
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