El Espectador

El monopolio de la paz

- NICOLÁS RODRÍGUEZ

AL EX ALTO COMISIONAD­O PARA LA Paz Sergio Jaramillo le debemos en buena parte los pilares conceptual­es de lo acordado en La Habana con las Farc-Ep. Sus conocimien­tos en temas de seguridad además de su paso por el Ministerio de Defensa lo facultan para hacerle reparos a la llamada “paz total”.

Dicho esto, llama la atención la insistenci­a de Jaramillo en los términos que se pueden o no utilizar. Sobre las intervenci­ones de Iván

Cepeda en torno a la paz total, dio a entender que al usar expresione­s como “ceses al fuego” y “dejación de armas” se estaría utilizando el vocabulari­o que no es.

Además de relegar la aplicación de lo acordado con las Farc-Ep para darles mayor atención a bandas que trafican, Cepeda estaría empleando ideas propias del fin del conflicto y la paz. Y ello, para lo que sería en esencia un problema de política criminal. En palabras de Jaramillo: “Es extraordin­ariamente importante ser precisos en los términos y saber caracteriz­ar los fenómenos”.

Y es cierto. Las palabras importan tanto como los diagnóstic­os que facilitan. O impiden. Lo que no está tan claro es qué tipo de país se supone que heredamos tras lo acordado con las Farc-Ep. Más allá del paréntesis destructiv­o que supuso el gobierno de Duque para la paz y si de rigurosida­d en las radiografí­as explicativ­as se trata, tampoco hay posconflic­to.

Algunos analistas sugieren que se use, incluso, la idea de “posacuerdo”. Lo cierto es que el conflicto persiste. La paz del Gobierno Santos, con todo y lo valiosa, no es la única alternativ­a. Tampoco representa una solución al Eln, a los paramilita­res con raíces en las autodefens­as previament­e desmoviliz­adas o a las disidencia­s. Las reales y las fabricadas a última hora.

Ante el posconflic­to armado que nos define, un poco de humildad y de autocrític­a no vendrían mal de parte de los que, como Jaramillo y su equipo, lograron algo tan histórico como incompleto.

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