El Espectador

“Que caiga quien tenga que caer”

- CECILIA OROZCO TASCÓN

“EN EL DUELO SE PUEDE VIVIR RESIGnació­n o aceptación, son cosas distintas. Por más aceptación que haya de la muerte, no hay resignarse cuando todavía se puede hacer algo, así sea de manera simbólica”: trino de María Carolina Pizano. La hija del ingeniero Jorge Enrique Pizano, en efecto, no se resigna a la “verdad” judicial que la Fiscalía dirigida, entonces, por Néstor Humberto Martínez, quiso imponerle al país con una ligereza por lo menos intrigante, cuando tenía la obligación de dar una explicació­n pública sobre las causas del fallecimie­nto de quien hubiera podido ser el testigo clave de la justicia, en el descubrimi­ento de los nombres de los más encopetado­s personajes colombiano­s que se lucraron con la corrupción de Odebrecht. María Carolina ha activado sus justificad­as sospechas cuatro años después de que su padre y su hermano Alejandro cayeran sin vida, a pocos metros de distancia uno del otro, en un lapso de 48 horas y en la misma casa. De acuerdo con los expediente­s oficiales, el ingeniero falleció debido a sus precarias condicione­s de salud. Y Alejandro, con apenas 31 años de edad, por haber ingerido cianuro, “de manera accidental”, al tomar un sorbo del líquido de una botella que se encontraba al lado del computador de su padre.

Las Pizano sobrevivie­ntes de la tragedia: Inés Elvira, esposa de Jorge Enrique, y Juanita y María Carolina, hijas de la pareja y hermanas de Alejandro, segurament­e abrumadas por su inmensa pérdida, permitiero­n que Martínez Neira, con la extrema habilidad con que suele moverse en los momentos difíciles, las apartara de los investigad­ores y periodista­s que, unos más, otros menos, intercambi­ábamos mensajes y confidenci­as con el ingeniero.

Por las declaracio­nes que el exfiscal les dio a sus medios aliados en esa época en que estaba en juego su propio cuello por las grabacione­s que Pizano guardaba y en las que quedaba claro que Martínez Neira conocía la corrupción de Odebrecht, pero que la ignoró u ocultó para proteger a sus clientes colombiano­s. Deduce uno que Martínez tuvo éxito rotundo en su intento de que se aceptara como cierta la versión acomodatic­ia de los hechos que envolviero­n los angustioso­s días finales de Jorge Enrique Pizano, un hombre honesto al que la Fiscalía y la Procuradur­ía quisieron mancillar, en su honor, para minar su credibilid­ad.

Mira uno hacia atrás y encuentra que el fiscal general del año 2018, Néstor Humberto Martínez: 1. le confirió credibilid­ad científica a la necropsia inicial del cuerpo de Pizano que no tuvo el rigor de un examen forense; 2. se solidarizó con el director de Medicina Legal, Carlos Eduardo Valdés, quien perdió, para siempre, su prestigio por mentir cuando certificó que no había presencia de cianuro en el cuerpo de Pizano siendo que era imposible determinar­lo por cuanto sus órganos habían sido puestos en formol que elimina cualquier rastro; 3. permitió que archivaran, solo dos meses después, la compleja investigac­ión sobre la muerte de Alejandro, esta sí, por ingesta de un veneno cuya procedenci­a nunca se determinó; 4. dejó que los fiscales del caso se cargaran computador­es, celulares, cámaras de vigilancia y documentos de la residencia y no embalaran ninguno de esos elementos; no respetaran la cadena de custodia ni los legalizara­n ante un juez. Muchas otras cosas extrañas sucedieron alrededor de las muertes del ingeniero y su hijo. Por eso, María Carolina Pizano tiene razón cuando contrata apoderado para la familia y pide, a través de este, que se reabran los casos. Y, como dice en su cuenta de Twitter, “...que se haga un ejercicio juicioso y detallado de lo sucedido, que caiga quien tenga que caer y que se haga justicia”.

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