El Espectador

El miedo como motor de creación

El cineasta plasmó su historia familiar y personal en su largometra­je semibiográ­fico “Los Fabelman”, que se estrenó el 26 de enero en salas de cine y se encuentra nominado a varios premios Óscar, entre ellos el de “Mejor película” y “Mejor director”.

- DANELYS VEGA dvega@elespectad­or.com @danelys_vega

Había espacios vacíos que debía llenar a través de su imaginació­n. Aquellos que le dejaban la lectura, no la propia, sino la de otros. Primero fueron los cuentos que su abuela le leía cuando tenía dos o tres años. Tiempo después llegaron los relatos sobre ciencia ficción de su padre. Su madre también entró en la ecuación durante su adolescenc­ia y lo hizo a través de la lectura de poesía. “Recuerdo lo bien que me sentía cuando alguien me leía. Un sentimient­o cálido y hermoso de crianza”, dijo un día Steven Spielberg para El País. Pero algunos de sus recuerdos también han estado permeados de dolor, del dolor de una familia que se desconfigu­ró. Aun así ha encontrado la manera de conservar siempre la esperanza de un mejor porvenir. “Incluso cuando las cosas parecen lo más oscuras, sé que habrá un amanecer”.

Y las cosas, quizás, algunas veces han sido de ese aspecto oscuro. Ser judío le complicó su paso por la escuela. Se defendió, pero no lo hizo a través de la violencia. No hubo “ojo por ojo, diente por diente”, porque su contraataq­ue se basó en un objeto: una cámara. Pero hubo una época en la que se creyó el libreto que otros habían construido para él: sentir vergüenza por ser judío. Con el tiempo lo superó y hasta se hizo amigo de sus insegurida­des y miedos, aunque todavía estén presentes en él. “El miedo es mi combustibl­e. No me gusta sentirlo. Pero la insegurida­d que provoca el miedo es esa cosa única que realmente me inspira con mejores ideas para contar historias de una forma distinta”.

Él fue de esos niños que se asustaban por todo. Fue ese que quedó aterroriza­do después de ir por primera vez al cine y ver, en una pantalla grande, un accidente de tren en medio de la oscuridad, aunque se tratara solo de una película: El mayor espectácul­o del mundo. Aquella escena lo perturbó, pero ya había algo más que producía lo mismo en él y que se escondía detrás de su ventana: un árbol. Entonces, hay una tormenta y se escucha no solo el ruido de la lluvia, sino también de los truenos. Hay relámpagos y por ratos una luz se cuela por la ventana. Es de noche y un niño, acostado en su cama, cuenta en voz alta, mientras sus ojos se van agrandando cada vez más. Parece que el árbol que ve por su ventana se ha movido y entonces llega el grito. No es Spielberg, pero sí la escena de una de sus películas: Poltergeis­t: juegos diabólicos.

Porque sus cintas también han sido una especie de recurso para hablar de su vida sin hacerlo de manera directa. “Reemplacé a mi familia rota con un montón de personajes rotos a través de los cuales podía contar mi propia historia. No todas mis películas, pero sí muchas, iban de cómo era ser el hijo de unos padres divorciado­s”. Después de que falleciero­n sus padres tomó la decisión a la que su madre lo animaba cuando estaba viva, como lo relató para la revista XLSemanal. Ella solía decirle: “Steve, ¿cuándo vas a contar nuestra vida? Es una gran historia”. Por eso está seguro de que su madre, más que nadie, se sentiría a gusto al ver su historia y la de su familia en una pantalla de cine, en una película dirigida, coproducid­a y escrita por su propio hijo: Los Fabelman.

Tampoco tiene dudas de que la reacción sería igual en el caso de su padre, de ese con el que estuvo enojado durante varios años tras divorciars­e de su madre. “Lo culpaba de todo, pero él siempre fue honesto con respecto a lo que sucedió”. Y lo que sucedió fue que su madre se enamoró de alguien más, de ese al que solía llamarle “tío”, aunque en realidad fuera el “mejor amigo” de su padre. Un amor correspond­ido, pero que nadie parecía ver hasta que el mismo Spielberg lo vio en una película que filmó durante una acampada familiar, aunque quizás en el fondo su padre sí lo sabía. Aquel suceso quedó eternizado en Los Fabelman. Entonces durante el rodaje, y después de él, tuvo que luchar contra sus recuerdos y las emociones que emergían en él. “Fue una experienci­a extraña y compleja, porque nunca hay respuestas fáciles cuando te enfrentas a tu vida y la de tus padres”.

Su sueño era convertirs­e en cineasta, aunque su padre creía que aquello de hacer películas era un pasatiempo que debía olvidar con el paso de los años. Sin embargo, alguien apostó por él: un profesor a quien le mostró sus cintas de “8 milímetros” y lo animó a que siguiera por ese camino. “Cuando un profesor te anima a perseguir tus sueños, te marca para siempre”. Así como lo marcó un largometra­je que vio en Arizona (Estados Unidos) junto a sus padres durante su adolescenc­ia: Lawrence de Arabia, de David Lean. Quedó impactado, en particular, por un plano secuencia en un desierto, hasta el punto de considerar­lo “uno de los mejores momentos de la historia del cine”.

Y eso que él era de aquellos que se paseaba por los estudios de Universal como si fuera casi su segundo hogar, aquel donde hacía preguntas a editores, iluminador­es y directores con un fin: aprender, por algo aseguró en el documental Spielberg, que “Universal fue mi escuela”. La escuela que le abrió las puertas hacia su carrera como cineasta. Aquello no sucedió mágicament­e, porque él mismo se empeñó en que así fuera, por eso un día le apostó a hacer una película:

Amblin. El cortometra­je impactó al presidente de Universal Television, quien le hizo una propuesta: “Le ofrezco siete años de contrato para dirigir televisión en Universal. Si firma con nosotros, lo apoyaré decididame­nte tanto en los fracasos como en los triunfos”.

Y un día, de la televisión pasó al cine. The Sugarland Express se convirtió en su primer largometra­je para este formato y luego vino

Tiburón. La película que tiempo después le valió varias críticas, no fue el único, pues lo mismo le sucedió a George Lucas por Star Wars. “Cuando la gente dice que Tiburón o Star Wars arruinaron el negocio porque Estados Unidos desarrolló una mentalidad únicamente dirigida al taquillazo, es una teoría absolutame­nte corrupta nacida de personas sin ningún respeto por la historia del cine”, fue su respuesta al respecto en una entrevista para

El País.

El arte ha estado presente en su vida desde pequeño y lo ha estado gracias a una cámara. Pero para él, en realidad, el arte está en todas partes. “¿Quién puede determinar qué es arte? ¿Quién tiene derecho a decir que hay una única definición? (…). Todo el mundo tiene derecho a definirlo del modo en que lo percibe. Para mí existe arte en todo. Incluso en las malas películas”.

Yo reemplacé a mi familia rota con un montón de personajes rotos a través de los cuales podía contar mi propia historia”. Steven Spielberg

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/ AP Steven Spielberg, quien tomó gran parte de las películas que hizo para contar su historia .
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