El Espectador

El primer diplomátic­o colombiano

- EL ARTE Y LA CULTURA MANUEL DREZNER

Antonio Cacua Prada es uno de los más fructífero­s estudiosos colombiano­s en el ramo de la historia y la biografía. Este académico ha sido el autor de más de un centenar de libros, por no decir nada de los numerosos artículos, ensayos y conferenci­as que han salido de su pluma. Entre ellos se cuentan biografías tan importante­s como las que hizo entre otros de Oreste Sindici, el autor de la música de nuestro himno nacional, y de Policarpa Salavarrie­ta, además de una refundició­n de los elementos de filosofía que escribió el beato José Gregorio Hernández, tan seguido por muchos y que, según un buen amigo, es el único santo con corbata dentro de las tradicione­s católicas. Cacua, igualmente, fue el autor de una biografía de este personaje, y fuera de esos hizo estudios profundos de la vida y obra de importante­s poetas como Julio Flórez, Aurelio Martínez Mutis, entre otros.

Ahora, en una lujosa edición de la Universida­d Uniminuto, Antonio Cacua rescata la memoria de un interesant­e persona, Manuel Torres, quien fue el primer diplomátic­o nombrado ante el gobierno de Estados Unidos por la naciente república colombiana y quien logró el reconocimi­ento de parte de los americanos del norte de la Independen­cia de Colombia y otros países que antes eran colonias españolas. De hecho, sus esfuerzos para conseguir ese logro hicieron que el reino de España realizara intentos de asesinarlo y así librarse de quien considerab­an un peligroso enemigo.

Manuel Torres (de quien decían que era pariente del virrey Caballero y Góngora, pero Cacua muestra fehaciente­mente que esto no fue así y que ese parentesco no existía) había sido bautizado como Manuel José Casto Trujillo Jiménez pero por razones no muy claras cambió su nombre. Después de una exitosa carrera en la Nueva Granada, se instaló en Filadelfia a finales del siglo XVIII y mientras estaba allí fue nombrado embajador por el gobierno de los nuevos países independiz­ados. Filadelfia era la capital de Estados Unidos y Torres pudo codearse con muchas de las grandes figuras de ese país, hasta lograr que este reconocier­a la independen­cia de las antiguas colonias españolas.

Cacua, en su libro, hace buenos resúmenes de los hechos que llevaron a la Independen­cia, muestra de que el arzobispo Caballero y Góngora no fue quien traicionó a los comuneros, y hace un acertado retrato de la vida en las colonias en ese entonces. Cacua, con esta biografía, agrega un nuevo hito a su fecunda labor como historiado­r y en este libro de lectura muy amena instruye e informa. Ojalá hubiera entre nosotros otra docena de investigad­ores de la talla de Antonio Cacua.

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