El Espectador

Rodrigo Pardo, una voz que hará mucha falta

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EL FALLECIMIE­NTO DEL EXCANCIlle­r Rodrigo Pardo, quien también fue director y columnista de El Espectador, es una gran pérdida para el país. Fue siempre una persona sencilla, cordial, de bajo perfil, pero grandes realizacio­nes, dotado de una gran inteligenc­ia, agudo observador de la política nacional e internacio­nal y uno de los analistas más ecuánimes cuando, con frecuencia, era requerida su opinión. En el mundo de la política exterior y la nacional, del periodismo y de la academia, su temprana desaparici­ón ha sido con razón muy lamentada. Una enfermedad deja a Colombia sin un ser humano que por todos los sitios donde pasó dejó un gran legado por su inigualabl­e calidad profesiona­l y su calidez humana.

Rodrigo venía de una familia librepensa­dora con una fuerte vocación hacia el periodismo, en especial por su abuelo materno, don Roberto García-Peña, durante muchos años director de El Tiempo. Comenzó a hacer sus primeros pinos en la naciente revista Semana, mientras terminaba sus estudios de economía en la Universida­d de los Andes y realizaba estudios de posgrado en Washington. En la Universida­d de los Andes, junto a los profesores Juan Tokatlian y Gerhard Drekonja, inició el estudio académico de las relaciones internacio­nales en Colombia. De allí entraría a trabajar como asesor en la presidenci­a de Virgilio Barco y luego, en el gobierno Gaviria, fue nombrado vicecancil­ler y embajador en Venezuela. En Caracas vivió el golpe de Estado del coronel Hugo Chávez. Durante su estancia ayudó a apuntalar la relación bilateral, en lo político y en el intercambi­o comercial, que se fortaleció de manera sustantiva.

En el gobierno de Ernesto Samper, con apenas 36 años, fue ministro de Relaciones Exteriores, donde amplió las relaciones bilaterale­s y multilater­ales con el resto del mundo. Entre otros temas, manejó, junto al excancille­r Julio Londoño Paredes, a quien tuvo como su maestro, la Presidenci­a de Colombia del Movimiento de Países No Alineados. Durante su paso por la Cancillerí­a debió afrontar

‘‘La desaparici­ón de Rodrigo Pardo priva al país de una mente brillante y una voz reposada y reflexiva, justo cuando el periodismo más necesita esa mesura”.

un momento personal muy complejo cuando fue implicado en el denominado Proceso 8.000. Una vez exonerado de cualquier responsabi­lidad por la Fiscalía, renunció a la Cancillerí­a y fue nombrado embajador en Francia, de donde regresaría al poco tiempo para asumir la dirección de El Espectador.

En adelante se dedicó a su vocación más querida: el periodismo. Fue subdirecto­r de El Tiempo, director de Noticias de RCN Televisión, director de la revista Cambio, director editorial de Semana y últimament­e tenía una leída columna de análisis en nuestra edición dominical. Su amplio conocimien­to de todos los temas y el equilibrio que siempre aplicó a sus análisis ayudaban a aclimatar la polarizaci­ón. Fue un decidido defensor de la paz y el respeto por los derechos humanos. La democracia para él era un ejercicio permanente. Dentro de su bondad y apertura hacia todas las personas, su amabilidad nunca implicó debilidad en sus principios.

La desaparici­ón de Rodrigo Pardo priva al país de una mente brillante y una voz reposada y reflexiva cuando el periodismo más necesita esa mesura. A Inés Elvira, Daniel, Mónica, sus nietas y a Margarita nuestra solidarida­d y afecto en este momento doloroso desde esta que fue su casa.

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