El Espectador

Una tripleta fatídica manejó la Fiscalía

- CECILIA OROZCO TASCÓN

LA PERSECUCIÓ­N DE LA FISCALÍA POlítica de Barbosa en contra de Ramiro Bejarano, conocido columnista de El Espectador, se ejecutó en este periodo oscuro que ha debido concluir pero que sigue abierto por la indecisión de la Corte Suprema. El complot se materializ­ó entre 2020 y 2022, aunque empezó a planearse años atrás según los rastros que dejaron por descuido o, tal vez, por saberse inmunes a la justicia local sus creadores. Es un hecho que el analista Bejarano fue víctima de una conspiraci­ón delictiva ocasionada por sus posiciones políticas, por sus opiniones sin velo y por su ejercicio como apoderado judicial de personajes que también han sido perseguido­s.

Los orígenes de la venganza obsesiva contra el jurista se encuentran en los tiempos de los dos gobiernos irónicamen­te llamados “de la Seguridad Democrátic­a”. Sin embargo, comenzaron a concretars­e años después, entre abril y agosto de 2017, cuando el ya procesado Álvaro Uribe desplegó una estrategia con la que, en principio, buscaba fortalecer la defensa de su hermano Santiago, quien todavía enfrenta un juicio por graves crímenes asociados con un grupo paramilita­r. El encumbrado Uribe Vélez publicó durante varios meses enigmática­s frases antes de visitar, el 15 de agosto de ese 2017, la sede central del organismo investigad­or para encontrars­e con el entonces fiscal Néstor Humberto Martínez. El expresiden­te quería entregarle unas “pruebas” que —fiel a sus tratos— consistían en tres declaracio­nes de igual número de narcos presos, esta vez, en Estados Unidos. En ellas, unos alias cuyos nombres se cruzan en los expediente­s de los Uribe prometían revelar la identidad de los determinad­ores del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Uribe Vélez le pidió al fiscal, frente a las cámaras de la prensa, “esclarecer” el homicidio del dirigente conservado­r (ver web). Martínez Neira, quien es todo lo que se ha dicho sobre él salvo torpe, se hizo el desentendi­do.

Duque asumió la Presidenci­a en 2018 y el 13 de febrero de 2020 posesionó, pleno de felicidad, a su compañerit­o de pupitre, Barbosa. En esa fecha inolvidabl­e para mal del país, Duque retomó el caso que le ordenó su jefe Uribe Vélez. Después de 14 minutos, siete segundos de elogios desmedidos, Duque le dijo a Barbosa: “Usted y yo pudimos ver (…) las metrallas asesinas que apagaron la voz vigorosa de Álvaro Gómez Hurtado (…) esperamos que durante su fiscalía podamos llegar a los verdaderos autores intelectua­les y materiales de ese crimen” (ver web).

Orden superior no se discute: dos meses después, en abril del 2020, Barbosa “priorizó” el expediente, lo redirigió a un delegado ante la Corte (¿Jaimes?) y nombró a una fiscal especial. En una noticia que se publicó entonces, se dijo que “(estas) medidas van a ser notificada­s a todos los sujetos procesales dentro del caso” (ver web). Claramente no lo hicieron o no había elementos fácticos para vincular a los “sujetos procesales”: la trama consistía en usar ese expediente para manchar la honra de unos enemigos políticos de Uribe, Duque y Barbosa.

En octubre del año de la pandemia tenían todo listo para anunciar detencione­s y lo estaban celebrando en el búnker, pero a comienzos de ese mes los exdirigent­es de las antiguas FARC acogidos al Acuerdo de Paz confesaron, ante la JEP, su responsabi­lidad en el crimen (ver web). Sin saberlo, los exguerrill­eros “se tiraron” el plan criminal de la Fiscalía. Las evidencias que tiene Bejarano sobre el ilícito indican que se ejecutó “una alevosa, persistent­e y prolongada pesquisa” entre octubre del 2020 y hasta agosto del 2022 cuando finalizó el periodo Duque. No se sabe, todavía, cuántos ciudadanos más, decentes y con derechos vigentes como el jurista, fueron violentado­s por la tripleta fatídica Uribe-Duque-Barbosa. Poco a poco lo descubrire­mos.

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