De la libertad a la miseria
Fue la primera población del mundo que se liberó de la esclavitud, pero pocos han sido los frutos que esos revolucionarios y sus descendientes han podido cosechar de la exitosa revuelta contra la dominación francesa que convirtió a Haití en el segundo país libre de América. Los franceses, sin embargo, no se fueron sin cobrar por la humillación de ser derrotados por unos “negros africanos” y tan solo meses después de la independencia, bajo la amenaza de otra brutal invasión con los navíos rodeando el país, París exigió a Haití pagos onerosos de reparaciones a los dueños de los esclavos y bancos galos, posteriormente a bancos americanos tras la venta de la deuda, desembolsos que continuaron hasta mediados del siglo XX y excedieron por años los ingresos totales del gobierno.
La precaria institucionalidad, la corrupción y el saqueo de los pocos recursos que el pago de la deuda dejaba permitió a las élites haitianas, las más depredadoras de Occidente, quedarse con lo que quedaba. El país nunca encontró estabilidad política. En 1915, tras el asesinato del presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam (suena familiar), el presidente estadounidense Woodrow Wilson, conocido por su “liberalismo”, envió a los marines a Haití a “restaurar el orden”, aunque de reojo miraba la creciente influencia alemana en el país. El saqueo por parte de los americanos hasta su retiro, en 1934, fue de fábula. Los marines entraron a la bodega del banco central y se llevaron el oro haitiano para pagarle al que hoy es el Citibank, y tierras y propiedades fueron transferidas a compañías estadounidenses.
En tiempos más recientes Haití sufrió las brutales dictadura del “doctor Vudú”, Francois Duvalier, entre 1957 y 1971, y su hijo Jean Claude, depuesto finalmente en 1986. Sin embargo, a la dinástica dictadura le siguieron, hasta tiempos actuales, inestabilidad política, corrupción rampante, golpes de Estado, insurrecciones, asesinatos políticos, intervención extranjera, crimen organizado y otros males, lo que ha mantenido a Haití como el prototipo del Estado fallido y a su población en la miseria. A este ignominioso destino hay que agregar que el país es presa de recurrentes desastres naturales, terremotos y huracanes.
Tras al asesinato de Jovenel Moïse por mercenarios colombianos, haciéndole la vuelta aún no se sabe a quién, el país profundizó aún más la ya prevaleciente anarquía. Las pandillas se disputan con violencia inusitada el control; los asesinatos, violaciones, torturas, saqueos, incendios y asonadas constituyen el paisaje de un país que, desde su independencia, nunca encontró el camino. Una tragedia sinfín que ha sumido a sus 11 millones de habitantes en la miseria, que sufre de unas élites, principalmente en Miami y Montreal, insensibles a su pueblo. Una población sin servicios públicos, educación, sin necesidades básicas satisfechas, sin futuro...