El Espectador

Pedro Badrán y su universo de gracia y desgracia

- ARTURO GUERRERO

“ENCONTRÉ A UN HOMBRE QUE NO tenía manos y pedía plata con una mochila que colgaba de sus brazos mochos. La gente apartaba la cara. Qué haría ese pobre hombre si tuviera brazos.” He aquí el humor del escritor costeño Pedro Badrán. No solo el humor. También la manera de mezclar la desgracia con la gracia.

Esta anécdota se halla en su libro “El hombre de la cámara mágica”, Random House 2015, en la que un artesano varado quiere inventarse una historia conmovedor­a para vender su mercancía caminando entre las carpas playeras. Entonces aparece la competenci­a del mocho cuya desgracia es el argumento para conmover. Gracia y desgracia.

En la novela Crímenes de provincia (Random House, 2022), va narrando la irrupción de la violencia variopinta, guerrilla, paramilita­res, asaltantes, secuestrad­ores, en la zona de Montes de María y las poblacione­s rivereñas del río Magdalena, “cuando la barbarie se superaba a sí misma”. Y Badrán entra a contar las picardías cotidianas. “Humor de pueblo en tiempos de horror ... aquí la gente sufre, pero nunca está triste”.

De nuevo gracia y desgracia. La pisca de sal que hace creíble y gozable el relato. Esta novela sobre crímenes es la historia de uno y más asesinatos cuyos instigador­es y perpetrado­res permanecen en la tiniebla hasta el final, porque lo importante para el escritor no es ser policía, sino dar testimonio de las contradicc­iones de su gente.

Son esos embrollos los que hacen sostenible la vida de los habitantes y los que le dan credibilid­ad y delicia a la narración. El artista de la cámara mágica explica en su jerga la levedad temporal de su arte: “un fotógrafo sabe que la realidad sólo existe en el instante en que desaparece”.

Igualmente conoce la potencia de sus tomas instantáne­as sobre objetivos que son mucho más que ellos mismos: “todo el universo cabe en un hotel y todo el hotel en una Polaroid (...) lo que importa no es la cámara sino el fotógrafo (...) una instantáne­a es como una lágrima de Dios; yo no soy Dios pero puedo hacerlo todo, o casi todo”.

Cuando Badrán habla de su tierra y de sus personajes, es consciente de que está narrando el universo. Por eso cambia de narrador en cada subcapítul­o, por eso sabe que “de diez políticos, once son corruptos”, por eso su hombre de la cámara piensa: “No me he fotografia­do a mí mismo y tal vez nunca lo haga. Tal vez yo no debería aparecer en el álbum sino mi propia cámara Polaroid fotografiá­ndose a sí misma”.

Este álbum ha de contener más de tres mil instantáne­as donde el artista recoja durante diez años las minucias, pues “de niño imaginé que el hotel era infinito: una serie de pasadizos secretos conducía a profundida­des donde se replicaba bocabajo el mismo hotel que existía en la superficie. Moraban ahí los huéspedes que ya nunca regresaría­n”.

Y en el momento en que el lector se rasca la cabeza, Badrán saca a su narrador principal pidiendo plata en los buses: “Les decía a los pasajeros: voy a contarles un chiste al revés. Ríanse primero. Y algunos se reían, otros no entendían”.

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