Tercera guerra mundial y la preferencia de malas noticias
EN EL 2016 EL PERIODISTA URUguayo Leonardo Haberkorn escribió una carta en la que cuenta por qué renunció a dictar clases en la universidad. Haberkorn, además de exhausto de pelear contra la distracción de teléfonos móviles, no pudo más con la indiferencia de los jóvenes ante eventos noticiosos y globales. En la carta, el profesor se quejaba: “cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado”.
Y sí, es extraño dictar clases sobre periodismo a personas que no leen noticias. Sin embargo, el caso de los estudiantes de Haberkron y los míos, que tampoco se están informando, no parece ser el mismo. Según el profesor, sus estudiantes manifestaban un desinterés por lo que sucede fuera de su círculo de amigos. Los míos, en cambio, están teniendo una genuina angustia al leer noticias. Uno de ellos aseguró sentirse frustrado porque le gustaría enterarse de asuntos globales pero la ansiedad lo abrumaba.
Lo primero que pensé fue que los responsables de esta sobrecarga de miedos eran los periodistas y su elección de ángulos. Sin embargo, empecé a leer estudios que siguen corroborando el romance químico que tienen los lectores con los sesgos negativos. Por ejemplo, un estudio del profesor Stuart Soroka concluye que psicológicamente los humanos promedio se activan más con contenido negativo. Las personas tienden a leer, priorizar y compartir más las malas noticias.
Lo triste es que parece tratarse de una búsqueda de seguridad en y para los otros. En principio, alertar de un riesgo a un ser querido lo protege y, si no hay nada que hacer, al menos se sufre en compañía. El problema está en que los algoritmos parecen haber entendido este comportamiento. Esto ha hecho todo más difícil porque en el imaginario de muchos medios, gobiernos y figuras, a quienes se dirige el mensaje es cada vez menos la audiencia y cada vez más el algoritmo.
Las declaraciones de Putin sobre una posible tercera guerra mundial desencadenaron un frenesí mediático global. Esto evidencia cómo los políticos están aprovechando los algoritmos para difundir mensajes catastróficos y ganar visibilidad. Putin se ha convertido en una figura omnipresente en los medios mientras que, en Colombia, la mención de una constituyente por parte de Petro ha desatado una competencia entre políticos por capitalizar el temor. En resumen, más miedo y más resentimiento son los mensajes que dominan, ya que son los que captan la atención de los algoritmos.
Muchos argumentarán que siempre ha existido este fenómeno. Periódicos sensacionalistas, políticos ventajosos, resentimientos alborotados: todos eran parte del panorama. La diferencia radica en que antes podíamos evadir la avalancha publicitaria. Existía El Espacio, que tenía su modo de seleccionar y contar las noticias, y otros periódicos con enfoques diversos, todos aportando variedad. Sin embargo, en la actualidad, los dictámenes de los algoritmos están homogeneizando las demandas comunicativas. Nos bombardean desde todas las pantallas y no son pocos los que deciden salir de la discusión para proteger su psiquis.