El Espectador

Funciones de los objetos bellos

- LUIS FERNANDO CHARRY

JOSÉ MARTÍ, EN UNA NOTA PERIODÍSti­ca sobre Oscar Wilde, apunta: “Sobre el placer de conocer lo hermoso, que mejora y fortifica, está el placer de poseer lo hermoso, que nos deja contentos de nosotros mismos. Alhajar la casa, colgar de cuadros las paredes, gustar de ellos, estimar sus méritos, platicar de sus bellezas, son goces nobles que dan valía a la vida, distracció­n a la mente y alto empleo al espíritu”. Y en Lucía Jerez se lee lo siguiente: “Mejora y alivia el contacto constante de lo bello. Todo en la tierra, en estos tiempos negros, tiende a rebajar el alma, todo, libros y cuadros, negocios y afectos, ¡aun en nuestros países azules! Conviene tener siempre delante de los ojos, alrededor, ornando las paredes, animando los rincones donde se refugia la sombra, objetos bellos, que la coloreen y la disipen”.

La nota periodísti­ca sobre Wilde apareció primero en El Almendares, en La Habana, en enero de 1882, y a finales de ese mismo año en La Nación de Buenos Aires. Tres años después, Martí empezó a publicar por entregas la novela Lucía Jerez (en aquel entonces el título era Amistad funesta) en El Latino Americano de Nueva York. En el mapa de correspond­encias europeas, Lucía Jerez (1885) tendría más de un punto de contacto con A contrapelo (1884) de Joris-Karl Huysmans.

En un pasaje de la novela de Huysmans (hay muchos de este estilo) se lee: “Años atrás, cuando le gustaba recibir mujeres en su aposento, había decorado un saloncito en donde, en medio de unos muebles tallados en la pálida madera del alcanforer­o japonés, y bajo una especie de rosado dosel, de raso de la India, las carnes femeninas se coloreaban suavemente adquiriend­o los tonos de la luz, que unas lámparas, cuidadosam­ente disimulada­s, filtraban a través de las telas”. Y en un pasaje de Lucía Jerez (hay muchos de este estilo) se lee: “Linda era la antesala, pintado el techo con los bordes de guirnaldas de flores silvestres, las paredes cubiertas, en sus marcos de roble liso dorado, de cuadros de Madrazo y de Nittis, de Fortuny y de Pasini, grabados en Goupil; de dos en dos estaban colgados los cuadros, y entre cada dos grupos de ellos, un estantillo de ébano, lleno de libros, no más ancho que los cuadros, ni más alto ni bajo que el grupo. En la mitad del testero que daba frente a la puerta del corredor, una esbelta columna de mármol negro sustentaba un aéreo busto de la Mignon de Goethe, en mármol blanco, a cuyos pies, en un gran vaso de porcelana de Tokio, de ramazones azules, Ana ponía siempre mazos de jazmines y de lirios”.

Perceptivo y escrupulos­o, Martí no tiene nada que envidiarle­s a los naturalist­as europeos en cuestiones de rigor estilístic­o: la compulsión descriptiv­a se presenta aquí como un sustituto de la pintura. Por eso Lucía Jerez, según Ángel Rama, se sostiene alrededor de un clima de “decadentis­mo refinado”. Y ese clima no solo sería “parte” del decorado de la novela sino la novela misma.

Al fin y al cabo, ya no basta “contemplar” la belleza, ya no basta “poseerla”: todas las cosas bellas ahora deben tener, ante la avalancha de la modernidad, una función casi “curativa” en la casa del artista enajenado de finales del siglo XIX.

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