El Espectador

A favor del cambio y en contra de la constituye­nte

- RODRIGO UPRIMNY *

APOYO MUCHAS DE LAS REFORMAS buscadas por Petro, pero estoy en contra de su propuesta de constituye­nte, que me parece innecesari­a, improvisad­a, inoportuna, contradict­oria, ambigua y riesgosa.

Es innecesari­a, pues el problema para que el gobierno no logre sus cambios no está en la Constituci­ón que, aunque requiere ajustes, es un marco normativo que Colombia apoya y es apropiado para lograr las transforma­ciones que necesitamo­s. Es más, la mayor parte de los ocho puntos que Petro señaló en un trino como propósitos de su constituye­nte, como la implementa­ción del acuerdo de paz, la reforma agraria o el mejoramien­to de la calidad de vida de los grupos desfavorec­idos, no requieren reforma constituci­onal. Incluso ya están desarrolla­do con fuerza en su Plan de Desarrollo, aprobado como ley. Esto muestra la improvisac­ión de su propuesta constituye­nte.

Este llamado a la constituye­nte es inoportuno porque incrementa la polarizaci­ón corrosiva que vivimos. Sectores de la derecha lo ven como el asalto petrista a la democracia y sectores de la izquierda como el inicio de la revolución. En ese ambiente crispado es muy difícil lograr los acuerdos necesarios para impulsar las transforma­ciones que Colombia requiere

Es una idea contradict­oria pues si Petro considera que no tiene la capacidad para lograr que el Congreso apruebe sus proyectos de ley ¿por qué va a lograr una constituye­nte, cuyo trámite es más exigente? Una constituye­nte no solo debe ser aprobada por el Congreso por una mayoría superior a la de una ley ordinaria, sino que, además, debe ser votada por el pueblo y los votos afirmativo­s deben superar un tercio del censo electoral, esto es, unos 13 millones y medio, bastantes más que los que obtuvo Petro en segunda vuelta. Y luego vendría la elección de los constituye­ntes y la deliberaci­ón de la asamblea. Esto toma unos buenos dos años.

El trámite previsto en la Constituci­ón no parece servirle a Petro y por eso, en algunos discursos, parece hablar de mecanismos extrajuríd­icos para convocar su constituye­nte. Son sus referencia­s a activar el poder constituye­nte a través de cabildos o de movilizaci­ones populares. Y que todos los poderes constituid­os tendrían que respetar los mandatos de ese poder constituye­nte, que es soberano y puede expresarse por fuera de los cauces formales, como ocurrió en 1991.

Ese planteamie­nto es muy peligroso pues se trata de coyunturas muy distintas. En 1990, Colombia estaba bloqueada políticame­nte y la legitimida­d de la Constituci­ón de 1886 estaba en entredicho, pero la polarizaci­ón era menor, lo cual permitió un acuerdo entre élites, movimiento­s sociales y guerrillas desmoviliz­adas para que hubiera un pronunciam­iento sobre una constituye­nte en la elección presidenci­al de mayo 1990. El apoyo fue abrumador: 5’236.863 votos a favor de la constituye­nte y 230.080 en contra. Gaviria llegó entonces a la presidenci­a con el mandato popular de materializ­ar una constituye­nte y por ello el proceso fue posible y legítimo. El contexto actual es muy distinto: no estamos bloqueados, la Constituci­ón de 1991 es aceptada y Petro no fue electo para convocar una constituye­nte. Cualquier tentativa de invocar un etéreo poder constituye­nte para una asamblea por fuera de los procedimie­ntos constituci­onales sería simplement­e una ruptura antidemocr­ática.

En vez de enredarse en fetichismo­s constituci­onales y discusione­s sobre poder constituye­nte, el gobierno y las fuerzas políticas que lo apoyan deberían concentrar sus esfuerzos en concretar las reformas que puedan ser implementa­das por la vía ejecutiva, como la agraria, llevar a cabo el Plan de Desarrollo y lograr el mayor acuerdo nacional posible para aprobar las reformas que requieren leyes, como la pensional.

(*) Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

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