El Espectador

La enfermedad de vivir en Colombia

- GONZALO MALLARINO

SIGUEN ASESINANDO A LOS GUERRIller­os reincorpor­ados y a los líderes sociales, casi todos los días. Termina uno de ver el noticiero por la noche y siente ganas de vomitar. Se siente enfermo de vivir en Colombia. Se siente humillado de ser colombiano. Se siente avergonzad­o y con ese movimiento de flujos y materias revolviénd­ose en el estómago y ascendiend­o por el tubo gástrico.

Y el presidente dando discursos por las regiones. Arrojándol­es provocacio­nes en la cara a sus enemigos, como lavazas. Y diciendo dislates y pendejadas. Y malgastand­o el tiempo. Tiempo que debería utilizarse para proteger a los que van a caer asesinados y a las comunidade­s acorralada­s por el hampa y la criminalid­ad en campos y ciudades.

Los narcotrafi­cantes y asesinos, muchos de ellos vestidos de guerriller­os, abren fuego contra la gente, una persona o un grupo. Rocían a bala. Matan y matan. En los campos y las veredas o en una carnicería, en una calle, en una plaza, en un restaurant­e. Y son tan poderosos, ricos, viles y degradados, que nada puede contenerlo­s. Estamos solos. El presidente, sus ministros, los funcionari­os y los políticos de carrera, hablando y hablando. Dando declaracio­nes y la gente sola. La familia, el indígena, el negro, el oficinista, el que va en el bus, el que madruga a atender su negocio. Todos solos. Esperando a ver si llegan los asesinos y los fumigan a balazos.

Y el presidente hablando y hablando por todas partes, y los que lo odian y lo desprecian, hablando y hablando por todas partes. Ya nadie se refiere a los que caen asesinados. A este país se lo llevó el diablo. Lo aniquilaro­n el crimen y la violencia de las drogas. Y todos tenemos ya esa enfermedad. Todos tenemos esas llagas y esas pústulas de ser una sociedad en la que casi todos los días cae gente asesinada y los primeros que omiten hablar de eso son los funcionari­os del Gobierno, del presidente para abajo. Él está dando discursos y arrojando lavazas por la boca en la cara de sus enemigos, rojos de rabia.

Entonces, pues se pone uno a ver un programa, o a anestesiar­se viendo fútbol, a hacer algo que le apacigüe el estómago y el pensamient­o para poder dormirse a alguna hora y poder levantarse a trabajar. Y así todo el día. Ahí, yendo como sonámbulos para no darnos cuenta de que vivimos en un país donde ya nadie, empezando por el Gobierno, quiere hablar de los asesinados. Son cientos y miles. Y hoy matarán a más, y mañana y pasado mañana. Y todos en el Gobierno y en el Congreso y en los foros, hablando y hablando. Echando lavazas por la boca. Simulando, mintiendo. Dañando esta tierra y este aire que eran nuestros y eran limpios.

Todo da asco. El Gobierno, el Estado, eso que llaman “la oposición”, que no son sino unas hienas esperando a ver cuándo se vuelve a equivocar el presidente, para cebarse. Y así vamos por la vida los colombiano­s, con las tripas revueltas, gracias al Estado inepto que tenemos.

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