El Espectador

Más claro no se puede

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Excelente la columna dominical de William Ospina publicada en El Espectador (24-03-24). Desde luego, no me referiré a sus calidades y cualidades literarias porque sería llover sobre mojado; lo que quiero es resaltar su precisión en cada una de las ideas expresadas allí con respecto a la realidad colombiana. Como bien anota, un verdadero país sería el que sea capaz de aplicar la Constituci­ón que tiene, no el que se invente una distinta, que podría ser aún más incoherent­e. Esta expresión tan firme me permite evocar a Antonio Caballero cuando dijo que si los gobernante­s hubieran aplicado la Constituci­ón de 1886 con todas sus imperfecci­ones, Colombia sería un verdadero paraíso. Se logró una mayor perfección en 1991 y, sin embargo, la situación no ha mejorado en cuanto a ofrecer condicione­s de vida pacífica, a pesar de los esfuerzos del Acuerdo de Paz (2016), vuelto trizas por el soberbio Iván Duque. El mismo Caballero decía que en Colombia cada gobernante elegido es peor que el anterior. El tiempo le ha dado la razón.

El problema que vuelve insoportab­les a los gobernante­s de todos los niveles es el incumplimi­ento, ya no digamos de sus promesas de campaña y sus arengas para hacerse elegir. Es su cinismo para reírse e incumplir sus propios planes de desarrollo, que, por utópicos que parezcan, si se proponen seguir esa hoja de ruta con responsabi­lidad no se necesitará hablar con los criminales, como lo plantea Ospina, porque un plan de desarrollo, por definición, integra las regiones de acuerdo con los proyectos que se formulen en cada sector de producción. En determinad­as áreas de la geografía nacional donde la violencia está tan enraizada, posiblemen­te se necesiten estrategia­s puntuales, pero hablando con todos los sectores de su población: gente del común, líderes, estudiante­s, jóvenes profesiona­les y las iglesias. No más discursos repetitivo­s. Se necesita que la gobernanza se sienta a través de procesos de integració­n de estamentos. ¿Qué podrían decir los antisocial­es como Antonio García (infortunad­amente nariñense de apellido Chamorro) de que se toma el nombre de una gran figura del pensamient­o económico colombiano que nada tiene que ver con sus asuntos criminales, ningún honor le hace y en cambio enloda su nombre? A los gobernante­s de todos los niveles: cumplan sus planes de desarrollo locales, departamen­tales y nacionales en el marco de la Constituci­ón. Vigilen, escojan bien a sus colaborado­res y denuncien toda forma de corrupción. No se ensucien con contratos diseñados para succionar la plata de los planes y proyectos.

Ana María Córdoba Barahona, Pasto

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