El Espectador

Haití, de la Perla de las Antillas al caos total

- MARÍA ÁNGELA HOLGUÍN

HAITÍ FUE LA PRIMERA NACIÓN INdependie­nte de América, hace 220 años. Los españoles cedieron a los franceses la parte occidental de la isla La Española, que se convirtió en la principal colonia francesa, con una gran producción de caña de azúcar y café. Se independiz­aron de Francia en 1804.

Conocido como la Perla de las Antillas, fue productor de un excelente café y el mejor ron del Caribe. Tiene 1.700 km de costas y playas, y tuvo grandes hoteles en los años 40, 50 y 60; incluso, el famoso Club Mediterran­ée tenía uno de sus grandes resorts en Haití. ¿Qué pasó? Haití lleva décadas en deterioro por sus gobiernos corruptos y desastres naturales, y se ha convertido en un enclave estratégic­o del narcotráfi­co regional.

Las dictaduras de los Duvalier, padre e hijo (1951-1986), vaciaron las arcas del Estado, impusieron un régimen de terror y utilizaron la violencia para perpetuars­e en el poder. Dejaron el país en 1986 sumido en pobreza. Hoy 1,4 millones de haitianos están en riesgo de hambruna. Es el país más pobre del hemisferio y de los más pobres del mundo.

Su ubicación —en pleno corazón del Caribe, a poco mas de una hora de vuelo de Florida—, la ausencia de gobierno, institucio­nes y seguridad lo han convertido en un “paraíso” para los narcotrafi­cantes, con una juventud en pobreza extrema y sin futuro que se constituye en el mejor semillero para conformar las bandas del crimen.

Las imágenes terrorífic­as que vemos hoy nos recuerdan los Tonton Macoutes, las bandas paramilita­res de los años 70 y 80 que los Duvalier organizaro­n para matar y robar. Hoy, las nuevas bandas criminales tienen al país en jaque: miles de jóvenes sin esperanza y armados que asesinan gente sin piedad.

A Haití se le acabó hasta el autoestima, con millones de migrantes —se calcula más de cinco millones en los últimos 40 años—, y una población totalmente desesperan­zada, que ya ni siquiera cree que algún día les llegue una solución a esta tragedia.

Allí se ha intentado todo. La ONU envió varias misiones: la primera en 1993, tras el golpe de Estado contra el presidente Aristide. Estados Unidos y varios países de la región enviaron fuerzas de paz. El Consejo de Seguridad hace reuniones y aprueba resolucion­es, pero todo es cada vez peor.

En 2010, un gran terremoto mató a 250.000 personas, destruyó un millón de casas y todos los edificios públicos, incluido el palacio presidenci­al. Visité Haití varias veces: una en el 2010, acompañand­o al entonces presidente electo Santos, a ver qué podíamos hacer para apoyar al país caribeño. Nos reunimos con el presidente René Preval en una oficina improvisad­a dentro de las ruinas que quedaban del palacio; era una escena devastador­a, ver cómo habían perdido todo y sin entender por qué a este pueblo el destino no le permitía levantar la cabeza.

Como si fuera poco, en 2021, para vergüenza de nuestro país, mercenario­s colombiano­s (pagados no se sabe muy bien por quién) asesinaron al presidente Jovenel Moïse. Según dice una reciente investigac­ión, al parecer, fue porque quiso denunciar en Estados Unidos los vínculos con el narcotráfi­co de haitianos de alto nivel político y económico.

El país está tomado por el narcotráfi­co y el crimen organizado. En este último mes, el primer ministro provisiona­l renunció por la presión de las bandas criminales, que atacaron las cárceles y liberaron a más de 4.000 detenidos. El 80 % de Puerto Príncipe, capital del país, está en manos de estas bandas criminales. Las imágenes que vemos de los asesinatos en las calles (especialme­nte de policías), del miedo generaliza­do y de personas corriendo para esquivar las balas estremecen. Ya ni se reacciona frente al terror. Parece que a nadie le importa el rumbo de Haití. Es el país del infortunio.

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