El Espectador

Petro y Uribe, ¿polos que se atraen?

- CECILIA OROZCO TASCÓN

“EL GRADO DE PARTICIPAC­IÓN DE [la] opinión pública… es lo que caracteriz­a la fase superior del Estado de Derecho, que es el Estado de opinión como factor de transparen­cia y de confianza”. “Colombia está en la fase superior del Estado de Derecho, que es el Estado de opinión”. “En un Estado de opinión (…) lo superiorme­nte (sic) importante es la opinión pública”: Así peroraba el entonces presidente Uribe (ver). Cuando los ímpetus autocrátic­os del mandatario de la época, ídolo casi absoluto del hoy denominado “poder constituye­nte”, eran atajados por los otros poderes, en concreto, por el judicial representa­do por las Cortes Suprema y Constituci­onal, él llegaba al mismo terreno: su defensa de la supremacía del “Estado de opinión” o de las mayorías que lo respaldaba­n en manifestac­iones y encuestas. La “fase superior”, que vendría siendo esa en que se hacía solo lo que ordenara el pueblo, fue la “doctrina” que nos vendieron el propio mandatario y su “filósofo” de cabecera, José Obdulio Gaviria, consejero intocable del presidente en aquella era siniestra para la democracia. En 2009, cuando la Corte Suprema ya llevaba unos años soportando montajes, espionaje ilegal y seguimient­os del aparato secreto del DAS a sus magistrado­s y familiares cercanos; y poco antes de que la Constituci­onal declarara inexequibl­e un referendo que se inventó el uribismo para violar la Carta Política por segunda vez –reformándo­la con el fin de abrirle paso a un tercer mandato continuo de Uribe, o 12 años en el gobierno–, el gurú Gaviria defendía la tesis de la “opinión pública” por encima del Estado de Derecho. “¿Qué es el Estado de opinión (para usted)?”. Respuesta: “Es un gobierno en contacto permanente con la ciudadanía (…) toda función política tiene un juez que es el pueblo” (ver).

Pero, ojo, en la acomodatic­ia interpreta­ción de Uribe y Gaviria sobre quiénes pertenecía­n al pueblo no estaba todo el mundo. Fueron excluidos los díscolos que se oponían a los designios de ese “ser superior” que un dios nos mandó, y el estigma cayó sobre ellos: “decenas de colombiano­s [que protestaba­n]… en las marchas cocaleras… [que se manifestab­an] a favor de una salida negociada del conflicto armado… [o] que se oponían al “rescate militar” de los secuestrad­os de la guerrilla… no hacían parte “del pueblo…”, según cita de un estudio. Ese informe encontró que “para el presidente Uribe la opinión pública [era]… la que coincidier­a con las políticas gubernamen­tales… y en tanto no fuera crítica”. (ver doc., pág. 16).

Pues bien, muchos de los manifestan­tes de las marchas del domingo pasado contra “el poder constituye­nte” propuesto por Petro, apoyaron hace 20 años el Estado de opinión del uribismo. ¡Vaya paradoja! El presidente, la antípoda política de Uribe, como consta en los relatos de dos décadas largas de confrontac­ión radical y de denuncias del primero contra los sectores legales e ilegales que han apoyado al segundo, esgrime argumentos similares a los de su oponente frente a las grandes manifestac­iones en su contra. El jefe actual del Estado (de Derecho) se acercó al Estado de opinión del pasado cuando empezó a agitar la idea de acudir a la voluntad del “constituye­nte”, o sea la del pueblo que votó por él con exclusión, claro está, de los “sectores movilizado­s [que] quieren un pacto que deshaga las reformas”. La defensa del presidente a vías extraconst­itucionale­s, como las que arguyó recienteme­nte, lucen tan antidemocr­áticas como las del oscurantis­mo uribista: “el poder constituye­nte no se convoca; es el pueblo el que se convoca a él mismo” (ver). La enorme duda que inquieta es si eso significa irrespetar las vías constituci­onales. Pese a todo, aún hay enormes diferencia­s entre Petro y Uribe. De cualquier modo, el país vive un peligroso enfrentami­ento entre una derecha con añoranzas de poder total y un presidente que prefiere inmolarse. En esto tampoco se parecen los antagonist­as: Uribe es capaz de acudir a cualquier violación de ley para pasar como héroe. Y Petro es capaz de morir para entrar a la memoria nacional como un sacrificad­o Gaitán.

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