Plata, plomo y votos: ¿hasta cuándo la parapolítica?
FUENTE INCONSTRASTABLE DE VERdad sobre la parapolítica -una alianza que dio lugar a la más cruel de nuestras violencias-, Salvatore Mancuso queda en libertad para revelar cuanto sabe como protagonista del horror en el bando de las autodefensas. Tiemblan los autores intelectuales y se esconden tras la justificación de haber librado guerra contra la guerrilla. Que también lo fue, pero menos como pretexto para exhibirse haciendo patria que como coartada para sellar un pacto homicida entre narcotraficantes, paramilitares, políticos y uniformados que reconfiguró el Estado y vastos espacios de la sociedad. Resuenan todavía sus palabras de inopinado héroe contrainsurgente ante el Congreso que en 2004 lo ovacionó: “como recompensa a nuestro sacrificio por la patria, dijo Mancuso, no podemos recibir la cárcel”. El sacrificio consistió en tortura, masacre, desaparición, desplazamiento y expropiación a sangre y fuego de sus fundos a millones de campesinos para hacerse con el poder e imponer las economías ilegales.
En libro de valientes que acaba de publicarse (Parapolítica: historia del mayor asalto a la democracia en Colombia) recorre el texto de Claudia López orígenes, dinámicas y repercusiones del fenómeno. En su gestación contó la ilegalización de las Convivir en 1997: muchos amenazados por guerrillas fortalecidas en el narcotráfico se reorganizaron en autodefensas. Mientras las élites regionales se disputaban el favor de las urnas con partidos atomizados tras el desmonte del Frente Nacional, se arrimaron al narcoparamilitarismo y las autodefensas. Favorecidas por la descentralización y por el debilitamiento de la figura presidencial con el “Proceso 8.000”, desafiaron las élites locales a la élite nacional. Miembros del notablato regional, de clanes políticos y herederos del cartel de Medellín se organizaron en autodefensas: toda una federación nacional de bloques paramilitares avanzó, en medio de una violencia atroz, hacia la toma del Estado.
Configuraron estas fuerzas autoritarismos regionales que proyectaron su influencia hacia el poder central: cooptaron instituciones, alcanzaron el 35 % de curules en el Parlamento y “monopolizaron los vínculos entre lo territorial y lo nacional”, escribirá López. En esta toma fueron los políticos quienes cooptaron a los paramilitares, no al revés. Como fue un proyecto encarnado en el poder, encubierto desde el poder y articulado de lo local a lo nacional, le dio a la parapolítica una dimensión que nunca alcanzaría la guerrillopolítica o, ni siquiera, la narcopolítica.
Sin las FARC hay narcopolítica y, con ellas, hay parapolítica: la sombrilla de la contrainsurgencia y el defenderse de las FARC fueron el umbral diferencial que provocó esa mutación. “Donde hay narcotráfico -explica- habrá narcopolítica, pero no necesariamente parapolítica. Fue la toma de partido y la articulación del poder armado y político de agentes del Estado en favor de los narcotraficantes paramilitares lo que pasó a Colombia de la narcopolítica a la parapolítica”.
Con todo, esta reconfiguración cooptada del Estado encontró obstáculos. No siempre perduró la alianza entre paramilitares y políticos: el Gobierno de Uribe extraditó a las cabezas de las AUC. Por acción de las Cortes, los investigados por parapolítica son hoy 136, los condenados 86 y hay más de 100 dirigentes locales judicializados. Y se congratula López de que millones de colombianos y amplios sectores de la política ofrezcan resistencia a la presión paramilitar, narco o guerrillera.
Sabe Mancuso que la verdad es el primer derecho de los nueve millones de víctimas del conflicto. Y presupuesto reparador en un país que no se humilla a la ominosa trilogía de plata, plomo y votos. ¿La dirá?