El Espectador

La carta de Antonella, una lección de dignidad

- PAZAPORTE GLORIA ARIAS NIETO Gloria.arias2404@gmail.com

LA RESPUESTA QUE HACE POCOS DÍAS le envió una adolescent­e colombiana a una curtida columnista española, es una lección que debemos recibir y capitaliza­r.

Podríamos, por ejemplo, aceptar que madurez y vejez no son necesariam­ente sinónimos de sabiduría; y que, al ser más consciente­s de todo lo que ignoramos y de lo absurda que resulta la prepotenci­a, los años deberían hacernos si no más humildes, al menos, menos soberbios. Podríamos ser y estar más dispuestos a aprender de los que vienen, de quienes tienen sus valentías recién estrenadas y sus argumentos menos contaminad­os. Ellos y ellas tienen las emociones y las preguntas a flor de piel; no nacieron para resignarse, y tienen más de una misión, pero ninguna sumisión. Quizá ahí radica una de las pocas esperanzas que aún sobreviven a la pandemia del pesimismo. Así es que no nos queda a los mayores mirar a los jóvenes desde un pedestal que solo existe en los espejos del narcisismo, o en “los palacios de icopor” de los que habla Carlos Duque.

Por salud mental procuro leer lo menos posible a Salud Hernández. Reconozco que es una mujer audaz, que muchas veces se ha metido en la boca del lobo para escribir una crónica o una columna que ciertament­e resulta interesant­e. La respeto, me parece que tiene un excelente manejo del idioma y un agobiante enfoque de las ideas.

En este caso tuve que leerla para entender el contexto de la respuesta que le escribió Antonella Petro quien, además de ser una adolescent­e pensante, autónoma y estructura­da, es la hija menor del presidente de Colombia.

La respuesta de Antonella tiene fuerza, tiene verdad y ecuanimida­d. Da “sopa y seco” en lo conceptual, sin ofender en lo personal, cosa que muy pocos saben hacer y ella lo logra en cada renglón de su carta. Expone sus razones con firmeza y espontanei­dad, sin descalific­ar y sin enviar mensajes subliminal­es. Contrario a lo que hizo la periodista, Antonella (que es menor de edad), no manda razones ni necesitó intermedia­rios para decir lo que sintió que debía decir. Da con una gran altura una lección de dignidad, y defiende el valor de la juventud, de la independen­cia y de la lealtad crítica hacia su padre. Se defiende sin agredir, y eso, en la era de la pugnacidad, es ya una conquista de la razón.

Con el 24 % del siglo XXI vivido, deberíamos haber aprendido -no solo la señora Hernández sino todos- que nuestra juventud no se deja instrument­alizar, y que está donde está y hace lo que hace por convicción y no por seguir los mandamient­os de la ley de nadie. La juventud no es una enfermedad ni una debilidad: es una fortaleza vital, pensante y dueña de esa rebeldía que el mundo necesita para no volverse una costra de amnesia y costumbre. Es como el cariño verdadero: “ni se compra ni se vende”; tenerla y ejercerla no equivale a ser títere ni objeto decorativo ni juguete maleable. La juventud tiene su voz propia y potente; no se guía ni se frena por lo que resulte “políticame­nte correcto”; no se inspira en los factores de convenienc­ia ni de connivenci­a, y no se deja asfixiar por esa máscara de tul grisáceo y postizo, que llamamos “prudencia”, y que tanto colinda con la hipocresía.

Independie­ntemente de su filiación política, de si les gusta o les hierve el presidente, o si la columnista Salud los enferma o los alivia, sugiero que lean la respuesta de Antonella. Es una lección genuina y bien planteada. Ojalá nos sirva a los adultos para equivocarn­os un poco menos y bajarle dos rayitas a la manía de juzgar. Creo sinceramen­te que los prejuicios no son más que la voz del miedo, mezclada con algo de ignorancia y vanidad.

La juventud no es una debilidad: es una fortaleza vital, pensante y dueña de esa rebeldía que el mundo necesita para no volverse una costra de amnesia y costumbre”.

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