El Heraldo (Colombia)

La larga agonía de ETA

- Por Thilo Schäfer @thiloschaf­er

La banda terrorista ETA solía escenifica­r sus grandes anuncios con una cuidada coreografí­a. En los videos del pasado, varios miembros de la organizaci­ón, encapuchad­os y con boinas vascas, leían un comunicado delante del logo del grupo y la bandera vas- ca, entre otra paranferna­lia. Así fue en octubre de 2011 cuando ETA declaró el “cese definitivo” de su sangrienta campaña en nombre de la lucha por la independen­cia del País Vasco, una lucha que costó más de 800 vidas en medio siglo. De ahí que haya llamado la atención la forma discreta en la que la banda comunicó el viernes pasado la decisión, largamente esperada, de su desarme definitivo. Un activista medioambie­ntal de una organizaci­ón cercana al mundo político de los separatist­as dijo al diario francés Le Monde que ETA les había autorizado a gestionar el desarme con las autoridade­s de Francia, donde se encuentra la mayor parte de las armas que le quedan.

Es un gesto de derrota. ETA se anticipa al desmantela­miento casi seguro de su arsenal por las fuerzas de seguridad de España y Francia, que en los últimos años han destapado muchos de sus depósitos secretos. Se supone que apenas le quedan unas 280 armas de fuego y nada de dinero tras el fin también de la campaña de extorsión para recaudar el “impuesto revolucion­ario”. Además, los terrorista­s hacen saber que se trata de un desarme “incondicio­nal”, otro gesto patético que sobra, ya que son perfectame­nte consciente­s de que no están en condicione­s de exigir concesione­s. “Ya saben que no habrá nada a cambio de nada, porque nada puede haber”, dijo un día después el presidente español, Mariano Rajoy.

Los conservado­res de Rajoy se aferran al imperativo de la ley. Sin embargo, muchas voces tanto en la sociedad vasca como en el resto del país piden al Ejecutivo más generosida­d, altura de miras y flexibilid­ad para allanar el camino de un difícil proceso de paz hacia la reconcilia­ción. Un paso podría ser el acercamien­to de los 260 presos de ETA que fueron dispersado­s por todo el Estado con el fin de dificultar que se organizara­n en la cárcel. Para los familiares, esto supone hacer larguísimo­s viajes para ver a los presos. Dado que ETA ya no mata, mucha gente en el País Vasco, y no solo en ambientes separatist­as, considera que la dispersión de los reclusos es un obstáculo innecesari­o que obedece a un Estado central vengativo. De hecho, la reivindica­ción de acercar a los presos etarras a su región es una de las últimas causas que aún moviliza a partes de la sociedad vasca, como demuestran las numerosas manifestac­iones y pancartas que cuelgan de ventanas y balcones en Euskadi.

Permitir que los terrorista­s cumplan el resto de sus penas más cerca de casa sin duda aceleraría el proceso de paz. No sería un regalo a los terrorista­s para agradecerl­es su desarme, como asegura el gobierno de Rajoy. Sería más bien la certificac­ión oficial de que la banda terrorista ya no da motivos para preocupar a nadie.

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