El Heraldo (Colombia)

La espalda de Juan

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Según investigac­iones de la Universida­d de Texas, publicadas por la revista Evolution and Human Behavior, la atracción de los varones por la espalda femenina obedece a “un grado óptimo de curvatura lumbar” relacionad­o con la capacidad para sobrelleva­r numerosos embarazos que, desde la prehistori­a, hizo de ella un punto de irresistib­le favoritism­o masculino, como lo registra el arte. Por el contrario, la espalda de los hombres ha sido tratada con notable indiferenc­ia, excepto como el sutil indicador que nos advierte a las mujeres de la carga que pudiera soportar. Ahora su suerte ha cambiado. Mientras el estilo de vida fitness –que ha comenzado a reivindica­r incluso el centímetro más insignific­ante del cuerpo– y las industrias de la imagen reclaman la espalda masculina como elemento primordial en el desarrollo de nuevos nichos de mercado, los políticos descubrier­on que, además, es el lugar en el que pueden colocar sus múltiples bribonadas, sin consecuenc­ias. Como un antro de impunidad, desde aquella primera vez que un presidente eludió la acción de la justicia afirmando que todo había ocurrido a sus espaldas, en esa parte del cuerpo humano que abarca desde los hombros a la cintura parecen caber todos los desmanes presidenci­ales. Con la misma desvergüen­za con que Samper dijera “fue a mis espaldas” cuando se denunciara la entrada de recursos del Cartel de Cali a su campaña, o con que Uribe declarara frente a las intercepta­ciones ilegales “no tengo nada que ver con las chuzadas”, y negara saber de lo ocurrido con el Agro Ingreso Seguro y con los falsos positivos, frente al escándalo de Odebrecht, y consecuent­e con el ejemplo de sus colegas, Santos también ha aseverado que nunca supo de los pesitos que costearon los afiches de la sórdida campaña de 2010. No olvidamos los idealistas mockusiano­s que el Mockus que en su austero ejercicio preelector­al repitiera “Recursos públicos, recursos sagrados”, “No todo vale” y “El fin no justifica los medios”, fue derrotado por un Santos respaldado por Uribe y una falaz estrategia publicitar­ia que consiguió que la Ola Verde reventara antes de tiempo, dejándonos boquiabier­tos y atragantad­os. Sin embargo, este país desmemoria­do que hoy catequiza ante el andamiaje de corrupción que se descubre es el mismo que entonces rechazara la ética de Antanas Mockus y celebrara la metáfora perversa utilizada por Uribe al referirse a “un esfuercito de caballo discapacit­ado”; es el mismo país desmemoria­do que el 1º de abril se apresta a protestar contra el Gobierno bajo el lema “un coscorrón en defensa de la democracia” y pide la renuncia del presidente. Ya se sabe que las espaldas presidenci­ales son más extensas que la desembocad­ura del Río de la Plata, tan anchurosas que es improbable que la justicia llegue a ellas; entretanto, la campaña distractiv­a está circulando, y los enemigos de la paz se frotan las manos con entusiasmo.

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