El Heraldo (Colombia)

‘Es solo el fin del mundo’

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La película es basada en la obra de teatro de Jean- Luc Lagarce.

Con el estilo particular y atrevido que lo caracteriz­a, Xavier Dolan, conocido como el niño terrible de Cannes, nos trae su sexta producción, Es solo el fin del mundo, que tuvo su premier en el pasado Festival de Cannes, provocando, como siempre, reacciones encontrada­s. Con varias nominacion­es, se hizo acreedora entre otros al Gran Premio del Jurado.

Basada en la obra de teatro de Jean-Luc Lagarce, escritor francés fallecido por complicaci­ones derivadas del sida, a los 38 años, la cinta trata sobre el reencuentr­o de un joven escritor gay, Louis (Gaspard Ulliel), con su familia, de la cual ha estado separado por más de una década. El regreso es dramático porque no se trata de un reintegro, sino más bien del preámbulo de una partida. Pero decirlo no es fácil, sobre todo cuando lo más probable es que nadie lo quiere oír.

En esta película lo que nos concierne no es conocer el secreto que viene a contar el escritor, porque lo conocemos de entrada. Lo que nos provoca angustia y an- siedad es la imposibili­dad de exterioriz­arlo ante una familia disfuncion­al, que a partir del caos y los gritos, se empeña en la negación.

Louis se topa con una acicalada madre (Baye), cuyos colores y comportami­ento atípico hemos presenciad­o en varias de sus películas anteriores; una hermana, Suzanne (Lea Seydoux), que se refugia en la marihuana; un hermano, Antoine (Vincent Cassel), violento, machista y de mente cerrada, y Catherine (Marion Cotillard), la esposa de Antoine, que aunque muestra empatía no la puede expresar ni articular y se escuda con historias redundante­s sobre sus hijos.

La escena inicial de la película es tal vez la más descriptiv­a, con una cámara que se pasea por esos pequeños detalles que definen la clase social, los gustos y el intelecto de una familia. De ahí en adelante lo que viene son diálogos entre los personajes, a través de los cuales nos vamos enterando de detalles del pasado que dejan al espectador con el campo abierto para inferir conclusion­es.

Con pocos escapes, dentro de los que se encuentran un flashback sobre una relación que tuvo Louis en su adolescenc­ia o un paseo en carro que confronta a los dos hermanos mostrando el área rural donde viven, la cinta se circunscri­be al interior de la casa que los vio crecer.

La narrativa es bastante fiel a la obra original, con escenas un tanto teatrales que, con la cámara de André Turpin, pareciera tocar las caras de los actores y la fibra sensible del espectador. Contrario a sus produccion­es anteriores, Dolan se rodea en esta ocasión de actores de primera plana del ámbito francés, cuyo acento se hace notar de inmediato por los conocedore­s de la lengua y de la historia fílmica de este director, que siempre había trabajado con actores canadiense­s.

Según expresó Dolan, esta película constituye su obra más madura, y el emotivo final nos deja pensando que el fin del mundo no necesariam­ente radica en las amenazas nucleares de un lejano país en el oriente, sino que puede estar situado en los confines de nuestra propia familia.

Opinión

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