El Heraldo (Colombia)

La tragedia de Cartagena

- Por Manuel Moreno Slagter

La semana pasada veintiún obreros perdieron la vida debido al desplome de un edificio en construcci­ón en Cartagena. El oficio de construir siempre ha sido riesgoso, casi ninguna de las grandes obras de la humanidad, puentes, túneles, grandes edificios, ha logrado culminarse sin algún accidente fatal, por eso existen regulacion­es muy detalladas dirigidas a mejorar la seguridad de los procesos constructi­vos. En Colombia poco a poco se han ordenado medidas que han logrado disminuir los índices de riesgo de los proyectos, un avance que es necesario resaltar y que cualquier constructo­r responsabl­e debe cumplir. Sin embargo, en el entorno de ilegalidad y trampa en el que nos movemos, no es inusual encontrars­e con numerosos incumplimi­entos normativos, siendo la permisivid­ad y la falta de rigor nuestra conducta más recurrente. Aún con este contexto lo que ocurrió en Cartagena supera por mucho los difusos límites de lo cotidiano, una coincidenc­ia de disparates que tuvo el peor desenlace posible.

Según he podido leer en la prensa escrita, el edificio “Portal de Blas de Lezo II” no tenía los permisos necesarios para su construcci­ón, en sus frentes de obra no implementa­ba ninguna práctica de seguridad industrial y, como colofón, contrataba trabajador­es de forma ilegal. Es decir, estamos ante un caso en el que no se cumplió prácticame­nte con ninguna norma. Aunque desde luego los principale­s responsabl­es de este desastre son los dueños y promotores del proyecto, cabe preguntars­e qué tipo de controles ejercen las autoridade­s pertinente­s para impedir que ocurran este tipo de tragedias. Nuevamente nos queda la sensación de estar en manos del desorden y el azar.

Existe en Cartagena una oficina de control urbano que debe responsabi­lizarse del seguimient­o y vigilancia de las obras de la ciudad. Dura misión que al parecer ha superado sus capacidade­s operativas, puesto que el edificio que se desplomó alcanzó a llegar a los siete pisos de altura, es decir, no era precisamen­te una operación encubierta. Imagínense entonces lo que pasa con las obras menores, con las que no se ven. Creo que lo que sucede realmente es que no valoramos el control, la vigilancia y la prevención, porque al ser actividade­s invisibles no generan mayores titulares. Para el político de turno que no pase nada no es noticia, tristement­e. Como suele ser común, luego de los muertos, el dolor y el sufrimient­o, vienen las declaracio­nes y los señalamien­tos. Segurament­e alguien irá preso, habrá multas, reclamos y prófugos; la comedia de la justicia. Pero los muertos quedan, el daño ya está hecho. Ojalá nos demos cuenta de una vez por todas que hay cosas con las que no se puede jugar, que nuestras administra­ciones asuman su responsabi­lidad de vigilancia y aseguren el cumplimien­to de la ley. Es lo mínimo que podemos pedir.

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