La tragedia de Cartagena
La semana pasada veintiún obreros perdieron la vida debido al desplome de un edificio en construcción en Cartagena. El oficio de construir siempre ha sido riesgoso, casi ninguna de las grandes obras de la humanidad, puentes, túneles, grandes edificios, ha logrado culminarse sin algún accidente fatal, por eso existen regulaciones muy detalladas dirigidas a mejorar la seguridad de los procesos constructivos. En Colombia poco a poco se han ordenado medidas que han logrado disminuir los índices de riesgo de los proyectos, un avance que es necesario resaltar y que cualquier constructor responsable debe cumplir. Sin embargo, en el entorno de ilegalidad y trampa en el que nos movemos, no es inusual encontrarse con numerosos incumplimientos normativos, siendo la permisividad y la falta de rigor nuestra conducta más recurrente. Aún con este contexto lo que ocurrió en Cartagena supera por mucho los difusos límites de lo cotidiano, una coincidencia de disparates que tuvo el peor desenlace posible.
Según he podido leer en la prensa escrita, el edificio “Portal de Blas de Lezo II” no tenía los permisos necesarios para su construcción, en sus frentes de obra no implementaba ninguna práctica de seguridad industrial y, como colofón, contrataba trabajadores de forma ilegal. Es decir, estamos ante un caso en el que no se cumplió prácticamente con ninguna norma. Aunque desde luego los principales responsables de este desastre son los dueños y promotores del proyecto, cabe preguntarse qué tipo de controles ejercen las autoridades pertinentes para impedir que ocurran este tipo de tragedias. Nuevamente nos queda la sensación de estar en manos del desorden y el azar.
Existe en Cartagena una oficina de control urbano que debe responsabilizarse del seguimiento y vigilancia de las obras de la ciudad. Dura misión que al parecer ha superado sus capacidades operativas, puesto que el edificio que se desplomó alcanzó a llegar a los siete pisos de altura, es decir, no era precisamente una operación encubierta. Imagínense entonces lo que pasa con las obras menores, con las que no se ven. Creo que lo que sucede realmente es que no valoramos el control, la vigilancia y la prevención, porque al ser actividades invisibles no generan mayores titulares. Para el político de turno que no pase nada no es noticia, tristemente. Como suele ser común, luego de los muertos, el dolor y el sufrimiento, vienen las declaraciones y los señalamientos. Seguramente alguien irá preso, habrá multas, reclamos y prófugos; la comedia de la justicia. Pero los muertos quedan, el daño ya está hecho. Ojalá nos demos cuenta de una vez por todas que hay cosas con las que no se puede jugar, que nuestras administraciones asuman su responsabilidad de vigilancia y aseguren el cumplimiento de la ley. Es lo mínimo que podemos pedir.