Viaje al corazón de Europa
El fin de semana pasado me fui con mis amigos alemanes que viven dispersos por el mundo a Bélgica para ponernos al día. Y beber cerveza –todo hay que decirlo–. Como tantas otras veces antes, maravillaba de la cercanía de mi ciudad natal, Düsseldorf, de Bruselas y Amberes, que quedan a unas dos horas en coche. Por el camino hay que atravesar un pequeño trozo de Holanda, todo por unas autopistas fantásticas y sin pasos de frontera. Incluso hoy, cuando muchos países europeos han vuelto a establecer controles fronterizos con el objetivo de frenar la inmigración, entre Alemania y el Benelux solo las banderas nacionales y los diferentes límites de velocidad indican que uno ha cambiado de país.
En Bruselas nos encontramos con unos atascos monumentales como corresponde antes de un fin de semana largo por el festivo del Primero de Mayo. En el centro de la capital belga nos encontramos con una muchedumbre de musulmanes que salía de una gran mezquita al finalizar la oración del sábado. El barrio donde se concentran las instituciones de la Unión Europea (UE), sin embargo, ya parecía algo más desierto a estas horas de la tarde. En la estación de tren, donde recogimos un amigo que había venido desde Londres en tren –el famoso Eurostar que va por el túnel debajo del Canal de La Mancha–, había varios vehículos militares. También en la maravillosa ciudad de Amberes, donde pasamos el resto del fin de semana, se veían soldados patrullando las calles, una medida excepcional tras los atentados terroristas recientes.
Hay dos maneras de interpretar esta realidad. Mis amigos y yo gozamos de la libertad de movimiento que ha acercado a los pueblos europeos tras siglos de guerras. Pero hay mucha gente que se siente amenazada por el terrorismo y por una ‘islamización’ del continente. Por ello, quieren refugiarse en su identidad nacional, replegarse detrás de las fronteras. Es un fenómeno que existe en otros países, como demuestra la América de Donald Trump. Pero en Europa, la globalización que tanto preocupa a parte de la sociedad no es un fenómeno abstracto. De todos los males se culpa a la UE, de ahí la victoria del bréxit en Reino Unido y el éxito del Frente Nacional de Marine Le Pen que amenaza con ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia este domingo. La Comisión Europea acaba de exigir a aquellos estados miembros que han cerrado sus fronteras que las vuelvan a abrir en seis meses. Puede ser agua sobre las ruedas de gente como Le Pen que pretende acabar con la UE. Si ganase el domingo, Europa vivirá su momento de máxima tensión desde el fin de la Guerra Fría. En el viaje de vuelta me acordaba de mi última visita a Bélgica hace nueve años para hacer un reportaje sobre la fractura de este país, que parecía inevitable e inminente. Sin duda, las tensiones entre flamencos y valones, las dos comunidades que componen el país, continúan. Pero, a pesar de todos sus problemas identitarios, el Reino de Bélgica sigue ahí, en el corazón de Europa.