El Heraldo (Colombia)

Psicometeo­rología

- Por Haroldo Martínez

En un intento por conseguir un poco de salud mental, de aquella que depende de las noticias del país, y negado a escribir una sola letra sobre las desgracias que nos suceden, aproveché el clima lluvioso del mediodía, que tiene especial significad­o para mí porque me han sucedido muchas cosas en mediodías lluviosos, para evocar imágenes de cosas más agradables, como cantar con Serrat tras de los cristales para espantar la mala vibra: /Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve/ Sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos llueve/. Eso me llevó a la única vez que pude ir a un concierto suyo en vivo, fue en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. Recordé la pinta que llevaba ese día el cantautor, una camisa azul celeste, pantalón y zapatos blancos; y, también, que pudo haberse roto la crisma al tropezar con un cable al final del concierto.

La vida me daría otra oportunida­d de encontrar a este personaje que es leyenda viva y responsabl­e del nombre de mi hijo mayor, aunque la cosa no sucedió en un mediodía lluvioso sino en un festival de cine de Cartagena, al que asistió como jurado. Al final de la inauguraci­ón, esperé pacienteme­nte a que disminuyer­a el avispero a su alrededor para irme colando hasta estar a la distancia de un saludo y poder estrechar esa mano que escribió la poesía que alimentó mi espíritu en la adolescenc­ia y me sostiene en la madurez. Cuando estuve a su lado, descaradam­ente lo tomé por el brazo para hacerlo girar un poco y que me viera. En ese momento me presenté y le dije sin soltar su mano, maestro, si le contara. Él tampoco me soltó la mano, echó su cabeza levemente hacia atrás, nos miramos un instante en el que le conté toda mi vida alrededor de su música y me contestó “me imagino”.

Mientras estudiaba medicina en Po- payán tuve muchos mediodías lluviosos, por ser ciudad en la que llueve con frecuencia. Recordé la leve y pasajera llovizna del mediodía de mi grado. En Panamá hice la especialid­ad en psiquiatrí­a y, aunque es caliente en apariencia como ciudad de puerto, también es frondosa y tiene una época del año en los que produce unos mediodías ambivalent­es entre el fresco y el calor, que dan un bochorno inolvidabl­e. En el Distrito Federal de México hice mi maestría en Paidopsiqu­iatría, y aquí sí que tuve mediodías lluviosos espectacul­ares en medio de la ciencia y los tacos del almuerzo, hasta cuando me tocó la decisión, esto ya lo he contado, entre hacer el curso para técnico de fútbol o aprender todo sobre el autismo y demás trastornos del desarrollo. Ese fue un mediodía lluvioso inolvidabl­e.

Los mediodías lluviosos de Barranquil­la no me resultan relajantes como aquellos, porque pueden ser portadores de noticias desagradab­les por los destrozos que pueda hacer la fuerza del agua contra la ciudad o el suicidio irresponsa­ble de los que se atreven a retar los arroyos.

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