El Heraldo (Colombia)

Y sin embargo se mueve

- Por Javier Darío Restrepo

Dyesde afuera ven a Colombia con admiración por su proceso de paz

así lo han expresado gobiernos (el más reciente, el de Trump) analistas y entidades internacio­nales. Sin embargo, ante la fría reacción de los colombiano­s ante el rechazo de los que prometen el desmonte de “los malditos acuerdos”, o ante eventos como el fallo de la Corte Constituci­onal sobre el fast track cabe preguntar: ¿le tenemos miedo a la paz? ¿La paz solo sirve si produce votos? ¿Deberá subordinar­se la paz a las convenienc­ias de los partidos?

Pero entre la aclamación de unos y el rechazo de otros la paz se mueve, y día tras día produce hechos sorprenden­tes y estimulant­es como el que se lee detrás de la foto que tengo delante en donde –algún lugar de La Habana– veo a Berta Lucía Fríes, una de las víctimas del atentado contra el club El Nogal que, con un diagnóstic­o de cuadripleg­ia, comenzó a luchar por su vida. A su lado está Iván Márquez. Ella había soñado su recuperaci­ón y la obtuvo; también había deseado este momento desde que, dentro del ambiente del proceso de paz, entendió que necesitaba perdonar.

Es solo un episodio; aquí sobre mi escritorio, documentad­os, tengo otros más que me demuestran que la paz mueve y se mueve.

Se cumplió el plazo de la entrega de armas y las que han recibido los delegados de Naciones Unidas suman una cantidad mínima. El hecho lo muestran y subrayan con sonrisa de triunfo los que desean que así se demuestre el fracaso del proceso. Entonces encuentro por segunda vez a Iván Márquez: ¿qué seguridad hay de que entregarán las armas? Le pregunta el periodista; –“¿Y para qué vamos a guardar armas si lo que vamos a hacer es política? La política no se hace con armas”; no es la primera vez que lo afirma y yo le creo. Esto no hubiera sido posible hace diez años, cuando ardía la guerra.

Y de nuevo sorprende una foto a toda página: el niño (4 o 5 años) recién bañado acaricia a su mamá que se sostiene en un solo pie frente al lavadero; el otro pie fue mutilado por una mina. Ella, guerriller­a, ahora se dedica de tiempo completo a sus hijos. En los campamento­s de las zonas veredales, en vez del ambiente rudo de cuartel, las parejas y sus hijos han introducid­o una nueva agenda que ya no es la de la guerra sino la de la ternura; no como un modo de vivir transitori­o, sino como algo definitivo. La paz se vive allí al ritmo de la vida familiar. Es lo que han sentido esos siete guerriller­os que, después de 10 o 30 años, se han encontrado con sus familias merced a la operación reencuentr­o que, a través de internet, o de teléfono o de movilizaci­ón de redes de conocidos, montada por la pastoral social de la Iglesia, ha logrado localizarl­os y reunirlos.

Y entre el dinamismo y la alegría de las canchas de fútbol también se mueve la paz. El proyecto ‘Educación, formación y cultura para la paz, Fútbol y Paz’, es una iniciativa que acogieron los guerriller­os en las zonas veredales. Se trata de constituir tres grandes equipos de guerriller­os que participar­án en una supercopa juvenil. Prevén los organizado­res el saludable impacto de combatir pacíficame­nte en una cancha, que los acercará a las comunidade­s.

La paz está demostrand­o que ni el odio, ni la venganza, ni la mezquindad de los políticos han logrado paralizarl­a. Y lo demuestra moviéndose.

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