Boicot al posconflicto
El atentado cometido el pasado sábado en el centro comercial Andino supone un análisis que va más allá del resultado de las investigaciones de este hecho, y que implica entender las consecuencias que tendrá para Colombia poner en marcha un acuerdo de paz, teniendo en cuenta el accio- nar de los saboteadores del proceso. Las reacciones de la sociedad ante la indignación y el dolor que generó este explosivo en el baño de mujeres dio cuenta de que independientemente de quien haya sido el autor de esta tragedia, este logró su cometido: dividir a un país donde la izquierda y la derecha se señalan unos a otros sin ningún tipo de prueba más allá de la destructiva especulación.
La derecha representada en Álvaro Uribe y sus seguidores no respetó el dolor de las víctimas y decidió irresponsablemente atribuirle la responsabilidad en gran medida al presidente Juan Manuel Santos; lo mismo hicieron algunos otros colombianos de diferente corriente que señalaron inmediatamente a la derecha como responsable de estos hechos. En efecto, quien haya sido el autor logró su propósito principal, el cual es sin lugar a dudas poner en peligro la estabilidad de un país que con esfuerzo inusitado busca consolidar el fin del conflicto con el grupo guerrillero más grande que ha existido en Colombia.
Al respecto vale la pena analizar la situación actual del país a la luz de la teoría expuesta por el profesor de Stanford Stephen J. Stedman, en lo que refiere a los saboteadores en los procesos de paz y su inevitable existencia en escenarios de fin del conflicto. Para el autor, los saboteadores pueden ser el factor más peligroso en contra de la paz, toda vez que el fin de la guerra pone en riesgo los intereses, la visión y el poder de determinados líderes o partidos. Estos saboteadores, aunque pueden ser de diferente tipo –bien partidos políticos o grupos al margen de la ley–, pueden llegar a poner en peligro la seguridad y la estabilidad del país, como en el caso de Ruanda cuando los hutus extremistas rechazaron el Acuerdo de Paz de Arusha en 1994 y lanzaron una campaña de genocidio que dejó 1 millón de víctimas en tres meses.
En Colombia los saboteadores saltan a la vista, siendo estos tanto grupos políticos como bandas criminales que desde su propio modus operandi amenazan con hacer aún más difícil el fin del conflicto. Ahora, la experiencia en otros escenarios de posconflicto ha dejado estrategias para el manejo de saboteadores, como inducirlos a hacer parte del proceso cediendo en algunos de los puntos sobre los que tienen interés, mediante la socialización, o a través de la coerción estableciendo sanciones particulares para quienes a través del uso de la violencia quieran poner en riesgo el éxito del posconflicto.
Es muy triste ver cómo la violencia se utiliza indiscriminadamente contra la población civil para lograr propósitos mezquinos, sin embargo, ante hechos tan dolorosos como el del centro comercial Andino, la sociedad debe mostrar fuerza y no flaquear ante aquellos que anteponen sus intereses sobre el futuro de un país.