El Heraldo (Colombia)

La librería Mundo

- Por Heriberto Fiorillo

García Márquez conoció a Ramón Vinyes en Barranquil­la, entre septiembre de 1948 (en la misma ocasión que conoció a Germán Vargas y Álvaro Cepeda) y junio de 1949 (tras su neumonía en Sucre, Sucre, donde recibió de ellos una caja legendaria con 21 libros).

Con don Ramón, el grupo de amigos creó la rutina de irse de novedades literarias todas las mañanas. Aquí estaba, en el centro, la Librería Nacional, con heladería incluida, y no muy lejos de ella, la de los amigos, la Librería Mundo.

A Jorge Rondón, su dueño, ellos le ayudaban a marcar los catálogos. El catalán y sus muchachos pedían lo que querían. Como les llegaban las revistas Sur y Papeles, de Buenos Aires; Nosotros, Romances, El Hijo Pródigo, de México, se mantenían enterados de los libros que acababan de salir. “Así –decía Gabito– cada vez que llegaba una caja, hacíamos fiesta”.

García Márquez recordaba que eran libros de Sudamerica­na, de Losada, “aquellas cosas magníficas que traducía Bor- ges. Y estaban también Contrapunt­o, de Aldous Huxley, y los de Faulkner, libros traducidos por Lino Novas Calvo, entonces jefe de redacción de Bohemia, en La Habana, y que aparecían editados en la Argentina”.

La rutina mañanera de los amigos culminaba en los periódicos y en los demás sitios de trabajo, pero después del mediodía ya había muchos contertuli­os de regreso a los libros. La librería cerraba a las seis de la tarde y desde ahí caminaba don Ramón apenas unos cuantos metros hasta su mesa de siempre en el Café Colombia, en el mismo edificio.

En ese café, dice Gabito, “nos enseñábamo­s a leer y a escribir los unos a los otros. Apenas pasábamos de los veinte años, pero teníamos mucho que ver con la orientació­n de los periódicos y la vida cultural de la ciudad. Don Ramón Vinyes, el sabio catalán, presidía la mesa dos veces al día, y lo hacía con tal autoridad que nadie distinto de nosotros se atrevía a sentarse sin ser invitado”.

Con su palabra y su estímulo, diría Germán Vargas, “don Ramón fue agrupando a unos cuantos jóvenes barranquil­leros que leíamos libros, escribíamo­s en la prensa, veíamos y discutíamo­s películas, íbamos a los partidos de fútbol en Barranquil­la y a los de béisbol en Cartagena, y hacíamos una amable y, muchas veces, prolongadí­sima bohemia”.

Con Ramón Vinyes esos jóvenes discutían los últimos sucesos políticos y literarios; se recordaban versos y se aventuraba­n otros, mientras Gabito tarareaba los que acaba de inventar y dar a conocer el músico Rafael Escalona.

Vinyes los ilustraba sobre el existencia­lismo o les presentaba a un nuevo autor alemán o les refería anécdotas de sabor local o les anunciaba una nueva poética en el panorama de la literatura universal.

El Café Colombia cerraba a las nueve de la noche y la mayor parte de los amigos se iba entonces al Bar Japi o al Café Americano. Ramón Vinyes decidía en ocasiones acompañarl­os y seguía con ellos, él solo bebiendo cocacola, o los veía más tarde, también sin alcoholes duros, en el Café Roma.

Ya entrada la noche, el sabio regresaba caminando a su casa de dos pisos, contigua al Banco Comercial, cruzando el Paseo Bolívar, al otro lado de la iglesia de San Nicolás.

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