Matar la vida
He dudado en hacer esta columna porque no quiero parecer una jactanciosa sentimental. Pero me lo pide el corazón ante la imagen de una foto de niños abandonados. Una vez dije que estábamos matando el futuro. Y esa convicción, cada día se me hace más patente cuando oigo, veo y se me desasosiega el alma con las cifras que dan los medios de comunicación del mundo, con la misma indiferencia con la que hablan del estado del tiempo.
Miles de niños se nos están muriendo, y buscamos calmar la conciencia con la excusa de que son las guerras, las costumbres étnicas y “las circunstancias”, el cómodo lamento de la inercia, por no decir desinterés.
Las estadísticas, según el Fondo Mundial de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef ), arrojan la cifra en la última década, de dos millones de niños muertos. Seis millones se han quedado sin hogar. Doce millones han resultado heridos y discapacitados, sin contar los trescientos mil niños soldados que participan en treinta conflictos en distintas partes del mundo, incluido el nuestro.
La Cruz Roja y la Media Luna Roja se esfuerzan por atenuar tanto horror, con disposiciones de seguridad a los más vulnerables de nuestra sociedad y darles esperanzas de un futuro decente a estos niños. Gracias a estas instituciones se nos despierta la conciencia viendo a las personas que las integran desvivirse en una lucha por amor a la humanidad, y garantizar el equilibro físico y mental de estos niños. A ellas, que luchan por los más vulnerables, quiero dedicarles mi humilde columna. Porque también tienen el convencimiento de que no cuidar a los niños es como matar la vida.