El Heraldo (Colombia)

El otro cumpleaños del Amira de la Rosa

- Opinión JOAQUÍN MATTOS O.

Así hubieran sido los 35 años del teatro en una situación ideal.

Una entusiasta multitud colmó el pasado domingo las instalacio­nes del teatro Amira de la Rosa para disfrutar el variado espectácul­o escénico con que este icónico recinto celebró sus 35 años de vida. Los asistentes se veían tan radiantes como el propio teatro, que ya desde su área externa seducía la vista de todos con los relumbrant­es vitrales de su fachada y los vivaces surtidores de su fuente iluminada.

El programa artístico fue digno de la conmemorac­ión, pero la gente parecía más feliz por el hecho mismo de que el teatro, tras superar una crisis que lo había mantenido cerrado por 11 meses, hubiera vuelto a abrir sus puertas y a ser otra vez la médula de la vida cultural de la ciudad. “Estoy emocionadí­sima y no voy a ocultar que incluso lloré”, expresó la reconocida coreógrafa Gloria Peña, cuyo grupo de danza folclórica hizo parte del evento, y a quien todos le agradecían la contundent­e frase con que había protestado a comienzos de este año cuando se habló de la posibilida­d de demoler el teatro: “A mí me tocan el Amira de la Rosa y me entierran con él”. “Y es cierto –confirmó esa noche en medio de sus admiradore­s–: hubiera exigido que me sepultaran entre sus escombros”.

“Ha sido una noche espléndida”, indicó por su parte un hombre mayor, acompañado por dos de sus hijos y tres nietos. Y agregó: “No olvido la noche del 25 de junio de 1982, cuando vine a la presentaci­ón de la Compañía de Danzas de Canadá dirigida por el trinitario Eddy Toussaint, y con la cual se estrenó el teatro. Como barranquil­lero y amante de las bellas artes, estuve feliz aquella noche y lo estoy ahora, 35 años después”. Preguntado sobre si hubiera aceptado que demolieran el Amira de la Rosa para levantar en su lugar uno nuevo, contestó: “¡Ni de vainas! Quienes proponían eso, olvidaban que edificacio­nes como ésta no son sólo hierro y cemento. No: ellas se llenan de historias y experienci­as humanas, se entretejen con la vida y la memoria de la comunidad, definen el paisaje de la ciudad y, así, adquieren un gran valor histórico y emocional”.

Un joven universita­rio que escuchaba sus palabras intervino para decir: “Las ciudades no son meros espacios para quitar y poner inmuebles; es conservand­o los patrimonia­les como éstas ahondan en el tiempo, que les da por tanto profundida­d”.

Así fue el cumpleaños contrafact­ual. En el real, tal como lo informó anteayer EL HERALDO, el escenario llegó a sus 35 años “cerrado y sin futuro claro”. Toda iniciativa dirigida a emprender las acciones necesarias para su restauraci­ón se halla en suspenso total, pendiente de un concepto judicial, al modo de esos pacientes que, habiendo tenido que recurrir a una acción de tutela que obligue al sistema de salud a prestarles el tratamient­o que les niega, esperan también largamente la intervenci­ón de un juez, mientras su enfermedad no da tregua.

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