Verdades y versiones
Nada tiene sentido y todo tiene sentido. En los últimos días hemos visto caricaturas ‘hackeadas’, expresidentes trinando sobre sus conversaciones cuando hacen el mercado, un barullo armado por el lapsus linguae de una, valga la redundancia, deslenguada congresista; un presidente en ejercicio descubriendo que el ansia de poder saca lo peor de la condición humana, y otro que se promociona por Twitter revolcándose en un escenario de lucha libre sin despeinar su naranja cabellera. En la periferia local, el jet set criollo se junta en la boda del año mientras el resto discute quién debe ser el capitán del Junior. Y apenas vamos iniciando julio. Falta que la culpa sea de Zidane por no meter a James.
En medio de este coctel de banalidades y perogrulladas infladas por cuenta de redes sociales desbocadas o de agendas mediáticas subordinadas, confundimos la verdad con la versión. Sin pretender abarcar todas las aristas de un tema inacabable, al básico concepto de la verdad, como correspondencia entre lo que se afirma y lo que ocurre, se le iguala con la subjetiva e ideológicamente cargada interpretación de quien afirma algo sobre lo que cree que ocurrió. En muchos casos, eso que se cree pasa primero por el filtro de un intermediario; entiéndase un medio de comunicación, un generador de opinión, una voz autorizada o cualquier otro apelativo de egocéntrica procedencia. Le damos entonces un discutible valor de verdad a las versiones que recibimos y que, por acomodo o por descuido, no nos ocupamos de confrontar.
Y en esta madeja no podemos olvidar lo real, a lo que también tendemos a darle un valor de verdad que lo sobrepasa. Lo real es lo que nos llega por los sentidos y somos capaces de interpretar en el cerebro basados en códigos aprendidos, pero esa interpretación no hace a lo real equiparable con la verdad. Sentir un beso hace parte del mundo de lo real. El amor, como idea es verdadero o no.
Pero los sentidos, lo sabemos, también son propensos a confundirse, máxime en estos tiempos en que nadie parece preocuparse lo suficiente por conocer lo que pasa a su alrededor. Con los sentidos distraídos y bombardeados por todo tipo de versiones no nos toma mucho esfuerzo el darle valor de verdad a la versión que más se acomode a lo que creo. Todos, pues, queremos creer que es verdad lo que creemos.
Todos tenemos derecho a creer, pero todos igual tenemos derecho a dudar y a no dejarnos imponer como verdades las versiones construidas por aquellos a quienes les conviene el no dudar. Así mismo, todos tenemos derecho a internalizar nuestras propias verdades, pero igualmente tenemos el deber de respetar las creencias e ideologías de quienes piensen distinto. En la medida en que seamos capaces de compartir y aceptar las versiones distintas que del mundo todos podemos tener, tal vez empecemos a darle sentido a lo que no tiene sentido.
Esa, creo, puede ser una versión.