Chao a las armas
Con estas palabras terminó el discurso pronunciado por Gabriel García Márquez, el 12 de diciembre de l982, al recibir el Premio Nobel de Literatura en solemne ceremonia celebrada en una noche helada de Estocolmo: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
En la mañana lluviosa del pasado 27 de junio, en un fangoso terreno del municipio de Mesetas, Meta, en un improvisado escenario, exguerrilleros de un autoproclamado ejército revolucionario entregaron los fusiles que habían cargado por más de 50 años de una guerra sin resultados transformadores de la vida campesina, pero que sí sumó en el inventario de muertes de nuestra historia más reciente.
Entonces se recordó a Macondo cuando Mauricio Babilonia soltó las mariposas amarillas porque había terminado la guerra. Y aparecieron las palabras para sepultar, como se sepulta lo que perece los miles de fusiles que enlutaron la patria. Hay que amar las palabras, porque fueron ellas las que inventaron el mundo, y con él también las guerras, los conflictos. Sin palabras no hay humanidad. Pero para la nueva Colombia que nace al decirles chao! a las armas, debemos cultivar amorosamente un nuevo discurso de fraternidad, igualdad, libertad y mucha humildad. ¡Viva la paz! Gaspar Hernández gasparemilio0810@gmsil.com