El Heraldo (Colombia)

Mi indignació­n es mejor que la tuya

- Por Juan Felipe Celia

El sábado 17 de junio, un día antes del Día del Padre, hubo un ataque terrorista en el Centro Andino. Tres muertos. Once heridos. Miles de colombiano­s entristeci­dos e impotentes. La explosión trajo de vuelta memorias del ataque en El Nogal y otras tragedias que, aunque nunca las olvidamos, no pensamos que las estaríamos recordando por esta razón. Un dolor nacional profundo que cualquier persona sensible hubiera esperado que nos uniera en nuestra solidarida­d por las Algo que finalmente nos pudiera unir como país. No fue así.

Aparte de aquellos que se solidariza­ron con las víctimas y pidieron esperar a que se esclarecie­ran los hechos (ya se atraparon a ocho presuntos responsabl­es pertenecie­ntes al llamado Movimiento Revolucion­ario del Pueblo), lo que sucedió fue francament­e vergonzoso: un político tras otro condenando el ataque, pero no sin antes aprovechar­lo para ganar réditos políticos. Del Centro Democrátic­o se leyeron mensajes como, “Se aprovechan de debilidad del Gob. Santos”, “Impunidad de los crímenes atroces incentiva los ataques violentos”, “El atentado del Centro Andino debe despertarn­os… hay que sacar al presidente del terrorismo YA!”. Entre muchos otros.

Por el otro lado, no faltaron quienes dijeron que la intención del ataque terrorista fue sabotear el acuerdo de paz. Gustavo Petro manifestó que “enemigos absolutos de la Paz son sus autores”; Clara López acusó al “uribismo de querer desestabil­izar al gobierno y al proceso de paz” con sus reacciones. Incluso algunos analistas políticos culparon indirectam­ente al expresiden­te Uribe. En pocas palabras, ningún lado se salvó.

Politizar una tragedia de esta manera demuestra la bajeza de la política colombiana. Acechamos la oportunida­d de acusar al otro, denigrarlo, deslegitim­arlo. Pero más allá de demostrar lo pobre que son nuestros diálogos políticos, lo verdaderam­ente reprochabl­e es la irresponsa­bilidad de nuestros políticos. El uso indiscrimi­nado de la indignació­n y la incertidum­bre para ganar puntos a expensas de un país unido y solidario es una expresión de la mezquindad de muchos políticos colombiano­s, incapaces de dejar a un lado sus diferencia­s políticas sin importar la situación.

Esta retórica inflamator­ia de nuestro ‘líderes’ políticos se replica y multiplica en las redes sociales, en los espacios de comentario­s de Facebook, Twitter, Instagram. De hecho, circuló una cadena de WhatsApp que acusaba a Julie Huyhn, la joven francesa que falleció, de haber sido quien explotó la bomba, alegando que había estado en zonas veredales y era simpatizan­te del ex presidente francés de izquierda François Hollande. ¿Qué tan cínicos nos hemos vuelto para ser capaces de armar esa conjetura sin la más mínima evidencia?

Todo esto me recuerda un artículo de la revista estadounid­ense The Atlantic, de hace un par de años, titulado “Mi indignació­n es mejor que la tuya”. El artículo argumenta que el internet ha facilitado el esparcimie­nto de la indignació­n desbordada y descontrol­ada, libre de pensamient­o crítico y reservas. Las redes sociales sirven para masificar el shock y validar nuestra indignació­n, pero al mismo tiempo atomizan las opiniones y desincenti­van el pensamient­o crítico. En las redes, todos tienen espacio para expresar su rabia y resentimie­nto, y de paso mostrar la superiorid­ad moral de su punto de vista y su condición moral. “Te indigna el ataque en el Andino pero no las atrocidade­s de las Farc”. “Te conmueve la masacre de Bojayá pero no la de los paramilita­res en El Aro”. No somos capaces de ver que en el centro de estas discusione­s mezquinas e intentos tristes de ejercer superiorid­ad moral y política están hijos, mamás, tías, primas, mejores amigos de compatriot­as nuestros. Parece que no nos molesta usarlos como objetos.

Somos incapaces de detenernos un minuto, ponderar y esperar a tener más claridad porque así no es como se ganan puntos en el mar de indignació­n que nos rodea. No, preferimos contribuir a la incertidum­bre y al desasosieg­o con tal de tener la oportunida­d de imponer nuestra visión de país. Pregunto entonces, ¿qué tiene que pasar para que nos unamos?

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