¿Y el Amira qué?
El jueves hubo una sala de disertación sobre el futuro del Teatro Amira de la Rosa, que contó con la participación del secretario de Cultura, Juan José Jaramillo; el arquitecto y doctor en Arte Carlos Bell, el magíster en conservación del patrimonio Giovanni Durán, y la gestora cultural Gloria Peña. Lastimosamente fue una reunión poco publicitada y la sala de la Alianza Francesa no se alcanzó a llenar ni a la mitad. En la reunión se destacó la importancia del teatro y de los prospectos de crecimiento cultural que tiene la ciudad, entre ellos una “fábrica de cultura” que va a ser un “laboratorio de las artes” de siete pisos, dijeron que la apuesta cultural más grande del Caribe la tiene Barranquilla, que la ciudad hace montones de cosas en materia de responsabilidad social y más, pero ¿y el Amira qué?
La conclusión oficial de la reunión fue que debe salvarse el Amira cueste lo que cueste, sin embargo, no se presentó un plan de acción concreto, que mostrara directrices, acciones, fechas, que nos permita saber cómo es que vamos a salvar el Amira y sobre todo, de dónde va a salir la plata. Esto último preocupa especialmente porque en la reunión no había representante alguno del Banco de la República, cuya presencia, cuando se trata del teatro parece difuminarse hasta casi ser una entelequia metafísica. Ante la pregunta sobre ¿qué puede hacer la ciudadanía para salvar el Amira?, se contestó con una respuesta igualmente oracular: “tener un diálogo constructivo y no destructivo”, una frase ambigua que puede ser un eufemismo para “ya no critiquen tanto”.
Sin embargo el problema es manifiesto: el teatro, que debería ser epicentro del desarrollo cultural de la ciudad sigue cerrado. Barranquilla no tiene suficientes escenarios y la ciudad no debería depender de la “creatividad” de sus gestores culturales que la mayoría de las veces trabaja con las uñas para que esta ciudad sea algo más que un depósito de concreto (aunque para allá va).
No se puede decir que la apuesta cultural de Barranquilla es la más ambiciosa de la región mientras el teatro Amira de la Rosa esté cerrado. Sí, debería haber otros escenarios, no solo culturales, canchas de fútbol (engramadas), parques, auditorios, centros culturales, centros deportivos. Y por más que se prometa que así se hará, es difícil creerlo al ver la desidia con la que se dejó moribundo al teatro y la letárgica disposición a recuperarlo.
Es inadmisible que llegue el 26 de julio sin que haya respuestas satisfactorias y públicas a la ciudadanía sobre lo que va a pasar con nuestro teatro. No alarguen sus respuestas con florituras, cuando les preguntamos ¿y el Amira qué?, lo que esperamos son respuestas muy concretas: cómo, cuánto y cuándo.