Roberto Arlt, un milagro casi secreto
Este autor debería gozar de un reconocimiento mayor del que tiene.
Mientras leía en días pasados la novela Los siete locos, de Roberto Arlt –autor de quien sólo conocía hasta entonces sus estupendas Aguafuertes porteñas, una selección de las entregas de la columna homónima que escribió entre 1928 y 1933 en el diario El Mundo, de Buenos Aires–, y en vista de la notable calidad que iba encontrando en esa novela publicada en 1929, empecé a preguntarme qué había pensado y dicho Borges sobre este colega, coterráneo y coetáneo suyo. Lo más probable, me decía, conforme a sus peculiares exigencias y su talante cáustico, es que lo haya desairado.
Pues bien, no sólo no lo hizo, como averigüé a continuación, sino que no era lógico que lo hubiera hecho, dados ciertos rasgos que fui hallando en Los siete locos y que bien podrían consi- derarse afines al gusto de Borges.
Aparte de un Buenos Aires de rufianes y malevos (supe, incluso, que “El indigno”, un conocido cuento de Borges que hace parte de su libro El informe de Brodie, es una especie de paráfrasis del final de otra novela de Arlt, El juguete rabioso), de la presencia de lo onírico y del uso de un recurso propio del ensayo como lo son las notas de pie de página, señalaré al respecto un par de elementos muy concretos, uno de tipo estilístico y otro de tipo psicológico.
El primero es nada más una frase de Los siete locos: “Impasiblemente amontonaba iniquidad sobre iniquidad”. Es difícil negar que ésta tiene todo el tono de una línea de Borges, sin que se pueda decir –al menos, no yo– quién dio primero con dicho tono.
El segundo elemento es una penetrante observación de Arlt sobre la relación inarmónica entre el tiempo de la mente y el tiempo de la realidad objetiva, o, mejor, sobre la longitud diferente que tienen uno y otro tiempo. Se halla en el subcapítulo “Sensación de lo subconsciente” y se expone a través de un personaje, el Astrólogo, quien, en un momento de meditación, percibe que el tiempo particular que se desliza en su conciencia es más dilatado y denso que el tiempo externo y general marcado por los relojes, de modo que los hechos que pensaba y sentía “hubieran necesitado en otras circunstancias meses y años”, “como aquellos que dicen ‘aquel minuto me pareció un siglo’” .
Todo lector de Borges puede ver allí la idea esencial que hace posible el argumento de “El milagro secreto”, un cuento que éste publicaría 15 años después. Su epígrafe, sin embargo, sugiere que la fuente que lo inspiró es un pasaje del Corán. No pretendo, por otra parte, sugerir la influencia de Arlt en Borges, pues el mismo Borges enseñó que es fortuita la circunstancia de que un autor llegue primero que otro a alguna idea. Lo que quiero destacar es la simple satisfacción de lector que me da el que Borges haya reconocido al gran escritor que era Arlt y el misterio de que el ancho mundo no lo haya hecho aún como se merece.