¿Dónde está el futuro?
El futuro es una palabra que causa temor, zozobra e incertidumbre, y lo primero que nos asalta, cuando pensamos en él, es la inocencia planetaria en la que vivimos todavía los adultos, los niños y los ancianos. Aún no hemos logrado superar la espesura virgen de los interrogantes, los acontecimientos sorpresivos que nos ofrece lo esotérico, lo difícil de entender la nueva ciencia, el salto a nuestros vecinos los planetas, a las milenarias especies nuevas de animales terrestres y a las acuáticas, así como el consumo de los estupefacientes, convertido en el eje central del entusiasmo, del placer y de las relaciones sociales.
Y al lado de los cataclismos, tornados, tsunamis y maremotos, se suman las bombas de las guerras, con sus armas químicas, como el arte de destrucción de los hombres.
Si penetramos en muchísimos hogares del mundo, nos encontramos con la violencia doméstica que paraliza la mente de los más pequeños, con torturas y asesinatos crueles y despiadados.
En nuestra visión, más ecuménica y trascendental, mostraría el hambre que viste a nuestro planeta como un cinturón flagelante alrededor de los países pobres. Los hombres se matan entre sí, muchísimos padres violan a sus propias hijas, muchas de ellas menores de edad, destruyendo las defensas protectoras de su virginidad y quitándoles la vida sin ningún escrúpulo. Pueblos enteros caen sojuzgados por fuerzas incontrolables de poder, en una oscura y patética anarquía de pornografía y sexo comercial. Y grandes poblaciones humanas se ciernen ante la implacable hambre y sed fuera de control.
El cuadro dantesco de seres inocentes bajo el fuego de la metralla es impresionante. La ecología se encamina al inexorable desastre, no obstante los esfuerzos de grupos especializados para evitarlo, y el recalentamiento global encierra una amenaza futura, por los cambios atmosféricos que tanto nos preocupan.
Los valores morales y la ética profesional han sufrido cambios increíbles, penetrando hasta los más profundos cimientos de la sociedad humana y amenazando con derrumbarla a la manera de la metástasis de un cáncer.
Y para aquellos que han sido favorecidos por la suerte y que se abrigan con frazadas de dinero, les recuerdo la existencia de una multitud de huérfanos abandonados a su suerte en el mundo, ancianos y enfermos desprotegidos y descamisados que claman por un vestido usado, habitantes de las prisiones, frenocomios y hospitales de caridad, así como mendigos que deambulan por el camino del hambre y la miseria, para que recurran a los presupuestos de la diversión y les hagan llegar a esos angustiados sectores unos miligramos de misericordia…
Esto me recuerda C.C. Vigil: Los problemas humanos han de resolverse en el niño. En el hombre, bien o mal, ya están resueltos.