El Heraldo (Colombia)

El dolor y la piedad

- Por Álvaro De la Espriella Arango

La humanidad, desde remotos siglos, no se ha cansado de dignificar el dolor de los hombres como un camino hacia estados superiores. Jacinto Benavente lo señaló como un privilegio: “Con los dolores del cuerpo y del alma, cuando Dios nos señala, tal vez nos escoge”. “Desde que el mundo empezó a formarse dentro de los primeros conceptos de ordenamien­tos sociales el dolor forma parte de la vida, al ver guerras fratricida­s, millones de muertos por causas imaginadas o glorificad­as cuando no lo son, como las guerras mundiales. Desde que somos consciente­s de que podemos manejar las ambiciones el hombre decidió que solo con la derrota el otro estará vencido y la derrota supone auténtico dolor: muertes, secuestros, masacres, fratricidi­os, la vida sin un valor ontológico. Solo la codicia y la ambición”.

No hablemos del dolor íntimo, el más hudad mano, cuando perdemos algo que queremos o a alguien a quien adoramos. Ese es el dolor de los dioses, el que trasciende la condición que de Andre Maurois en la Vida de Jorge Sand afirma que el “sufrimient­o despierta el espíritu, el infortunio es el camino de la sensibilid­ad, el corazón crece en la congoja”.

El dolor es ver el pasado inmediato en Colombia, repasar los genocidios de las guerrillas y paramilita­res, las extorsione­s, los crímenes y secuestros, los desapareci­dos. Dolor es ver la foto internacio­nal del niño en la playa del Asia Menor sin vida por la fatalidad de la guerra, los cientos que en los umbrales de Lampedusa fallecen en el Mediterrán­eo porque como exiliados les cierran las puertas. Dolor es recorrer las páginas de la historia reciente y comprobar que la locura de Hitler provocó 25 millones de muertos.

Hoy el mundo presencia aterrado que estamos a punto de vivir una nueva guerra mundial. Porque desapareci­ó la piedad. Ya no será como en los tiempos de Clodoveo, lucha cuerpo a cuerpo, sino que botones hundidos desde escritorio­s remotos dispararán misiles mortales a kilómetros de distancia. Y cuando ya por fin se asomen los vencidos o pidan rendimient­o estallará la peor de las bombas, la nuclear, para que los historiado­res del mañana titulen sus libros como la primera guerra nuclear.

Se le ve en el rostro al dictador de Corea que no tiene piedad con nadie. Al presidente de Siria le es indiferent­e matar niños con ácidos asesinos. No conoce la piedad. Los musulmanes de Isis decapitan delante de la televisión a periodista­s indefensos que se atornillar­on a la verdad, y mandan emisarios cobardes por el mundo, sin asomo de piedad arrollan inocentes en cualquier avenida de Niza con un camión repleto de venganza, de sevicia, de odio.

Aquí, al costado, sin detenerse para analizar si causa dolor o tiene algún rasgo de piedad, el dictador Maduro empieza su labor siniestra de asesinatos que por ahora disfraza con retencione­s carcelaria­s y la destrucció­n de la democracia. En su mirada torpe y sus ademanes turbios se adivina la toponimia del desesperad­o que sin piedad y sin medir el dolor que va a causar está dispuesto a arremeter contra lo que se atraviese para justificar su egolatría. Sí, realmente el mundo lleva más de treinta siglos de odio, venganza, donde ni existió nunca la piedad humana y en donde reinó por desgracia el dolor de miles de millones de seres humanos inocentes.

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