Una estupidez histórica
Sucedió a mediados de los años 60 del siglo pasado, cuando los alcaldes del país eran nombrados a dedo por los gobernadores, y los de Barranquilla tenían un promedio de permanencia menores a un año en sus cargos. Más exactamente a finales del 67 y comienzos del 68, siendo alcalde el médico José Ignacio Consuegra. No me consta que la estupidez que referiré fue ideada por él, o si lo fue por alguno de sus fugaces antecesores, pero sí le correspondió a este durante su mandato llevarla “a feliz término”, y recuerdo como si fuera hoy, mi impotencia viendo tamaña estupidez (perdónenme la excesiva repetición de esa expresión, pero no encuentro otra que encaje más en lo sucedido entonces).
Los de la vieja guardia recordarán que la manzana en la que se encuentra el hoy llamado Romelio Martínez, en ese entonces Estadio Municipal, era muchísimo más grande que la actual, con un área ideal para un estadio de cualquier ciudad importante, producto de un visionario de los años 30. Recordarán también las decenas de almendros, árboles que daban refrescante sombra en ese amplísimo terreno perimetral, pero sobre todo en el sector que quedaba sobre la avenida Olaya Herrera, a la que nadie llamaba entonces carrera 46. Y así como aún hoy, Cuartel o carrera 44 desde la calle 74 hasta la 72 ofrece una suave curvatura para darle más espacio al mencionado estadio, la avenida Olaya Herrera también gozaba de esa curvatura, aún más pronunciada, entre las calles 72 y 74, curva que rompía la monotonía de una avenida más recta que un riel y que permitía un terreno más espacioso, ideal para cualquier ampliación de ese estadio, o para construirle parqueaderos arborizados, que sí existen en muchas partes del mundo.
Pues, a algún genio desconocedor de urbanismo se le ocurrió la brillantísima idea de construir un par de calzadas rectas entre las calles 72 y 74 –único minitramo de tres carriles a lo largo de esa avenida de dos, por lo que no mejoraban para nada la movilidad– y tapar con arena la calzada de bajada original, dejando solamente la de subida, esa que por años pareció más un callejón. Y el único argumento repetido para botar la plata y hacerle un daño tan grande al estadio y a la ciudad entera fue que con este nuevo tramo recto, en vez de suavemente curvo, se ahorraban los conductores, ¿cuánto? ¡10 segundos entre la 72 y la 74! Para eso talaron más de medio centenar de almendros y acabaron con la posibilidad de una ampliación del Municipal.
Recuerdo aún apreciar impotente, con tristeza y rabia, desde el frente de la Droguería Nueva York, ubicada en la esquina de Olaya Herrera con la calle 74, cómo destruían algo tan importante para Barranquilla sin que ningún medio periodístico se opusiera, sino que al contrario, aplaudían cómo en esta ciudad se estaba construyendo una gran obra urbanística. Y recuerdo también, a mis 21 años de edad, haber irrespetado al médico alcalde en esa esquina, mientras él orgulloso admiraba su magna obra de gobierno. Hubiera querido que fuera esa la única estupidez cometida por los sabelotodo que aquí han pululado a lo largo de años. Pero desafortunadamente no ha sido así. Desafortunadamente.