Los gorriones
Imaginarse a los niños de pie, erguidos meticulosamente, expuestos al mundo que los alaba por sus virtuosas voces, sus voces como alabanzas religiosas en las suntuosas iglesias de amplios vitrales, ellos dispuestos con sus rostros serios, ceremoniales, la disciplina sobre sus cuerpos que evocan rectitud, con sus vestidos inmaculados, perfectamente tenidos, como si fueran pequeños sacerdotes, con las manos limpias, sus caras limpias.
Los conocen como ‘los gorriones’ de la Catedral de Ratisbona, son una institución dentro de la institución de la Iglesia Católica, un coro de niños que existe hace más de mil años, desde 971, el año mil, tiempo de papas y antipapas. Sus voces afinadas, eternas, milimétricamente coordinadas, sin error, sin destellos de la jovial travesura, sin picardía en sus detalles, cantando piezas de Franz Schubert mientras estamos seguros de que no guardan un chocolate mordisqueado, ni tienen las uñas llenas de tierra de aquella tarde en la que cazaban pajaritos con caucheras y se reían.
No, estos niños son la imagen del esfuerzo, la dedicación, la moderación, la buena conducta, el buen comportamiento, la excelencia, el rigor, la racionalidad impuesta sobre una carne sin licencia, porque ellos son la licencia de las perversiones de aquellos que los muestran como animales de circo, ellos son el pecado de los sin pecado, la mancha de los hipócritas sin mácula, la tentación de los perversos disfrazados de morales, de los dueños de toda disciplina.
Los gorriones de la Catedral de Ratisbona son parte de una escuela legendaria que, además de la educación general, le han dado por siglos una especial importancia a la formación musical. Es uno de los coros infantiles más importantes del mundo. Geor Ratzinger, el hermano mayor del papa Benedicto XVI dirigió a este grupo de niños en los años en que fueron víctimas de violen- sexual sistemática y reiterada. La noticia ha salido en estos días, pero no es nueva. Solo que por años ha tenido encima la poderosa mano del silencio y de la impunidad. Los gorriones fueron sometidos, intimidados, lastimados. Sus voces cristalinas apenas eran una manera de ocultar sus llantos y sus gritos de dolor a la media noche. Algo va muy mal en un mundo que es capaz de hacerse el decente mientras esto ocurre. Los gorriones fueron desplumados, les arrancaron sus alas y los dejaron sin vuelo. Fueron casi 500 hechos aislados de violencia sexual. Nada menos aislado que eso. Toda estructura de poder, jerárquica, en la que imperan los valores del patriarcado, rígida, incuestionable, dogmática, es un caldo de cultivo para abusos. La Iglesia Católica debe revisarse sin hipocresías y sin indulgencias. Ya estamos cansados de depredadores sexuales escondidos tras la sotana de curas estrictos que se aprovechan de niños y niñas vulnerables. No son todos, me dirán. Pues basta con que sean algunos. Tampoco son los 500 gorriones de Ratisbona, son miles de miles por todos lados.