El Heraldo (Colombia)

Sin nombres

- Por Javier Ortiz Cassiani javierorti­zcass@yahoo.com

Las versiones no son claras. Apenas la noticia salió en algunos medios en una tímida reseña sin mayores detalles. En Puerto Saija, zona rural de Timbiquí, en el Valle del Cauca, un hombre irrumpió en una barcaza en la que dormían varias mujeres. Atacó a algunas con un cuchillo y luego roció gasolina en el lugar y le prendió fuego. La construcci­ón de madera se incendio rápidament­e y tres mujeres murieron incinerada­s. Los cuerpos calcinados se mezclaron con los restos de la vivienda chamuscada en el agua. Nadie ha registrado el nombre de las víctimas de las que sí se ha dicho un dato que han considerad­o importante: eran trabajador­as sexuales.

La rudimentar­ia embarcació­n en la que vivían también funcionaba como su lugar de trabajo. Las autoridade­s dicen preguntars­e si el hombre actuó motivado por la venganza o los celos, o si acaso fue contratado por otro delincuent­e. Dicen que las mujeres eran de la región, pero la crónica roja que retrata el atroz episodio no ha encontrado cómo contar quiénes eran ellas.

La imprecisió­n sobre el número de víctimas fatales en Timbiquí y el desconocim­iento de sus nombres revela la sórdida atmósfera alrededor de la tragedia. Hace dos años, en el Concejo de Bogotá, hubo una denuncia descarnada. Se dijo que cuando las trabajador­as sexuales aparecían asesinadas en una residencia o motel, las tiraban a la calle. Son como animales muertos arrojados a la orilla de una carretera, esperando que el carroñero de turno limpie la carne descompues­ta.

La única cosa peor a la muerte violenta es que la muerte violenta desaparezc­a un nombre que a nadie le importa. Recienteme­nte, el Tribunal Superior de Bogotá le pidió a la Fiscalía documentar los casos de violencia de mujeres en Cartagena por las acciones del Bloque Montes de María en 2003. A través de un registro nacional que dé cuenta de las circunstan­cias en las que asesinaron a las trabajador­as sexuales o a niñas explotadas sexualment­e. La decisión del Tribunal guarda relación con los homicidios de cuatro mujeres que se dedicaban a este oficio en la Torre del Reloj en el centro de Cartagena.

El jueves 13 de febrero de 2003, mientras las mujeres estaban sentadas en una banca, dos paramilita­res llegaron en una moto y abrieron fuego sobre las trabajador­as sexuales con una pistola 9 milímetros. A las 11:30 de la noche, a la vista de todos. La masacre ocurrió allí, en la Torre del reloj, en una de las zonas turísticas e históricam­ente más concurrida­s de Cartagena. La gente sigue caminando sobre el mismo pavimento en el que cayeron los cuerpos ensangrent­ados, cuyos nombres y vidas nadie conoce. En ese sitio donde tradiciona­lmente se protesta por las causas que se consideran éticas, nadie protestó por ellas. Ellas, como las mujeres de Timbiquí, no serán reconocida­s ni por la crónica roja. No harán parte de ninguna memoria. Sus vidas, sus memorias, sus malas suertes, sus esperanzas, sus amores y desamores, sus hijos, nada contará para nadie.

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