A los medios de en medio
No sé si a alguien más le pareció extraño el tono de la carta que un grupo de periodistas y comunicadores le dirigió a Álvaro Uribe. Todo comenzó con un destemplado trino, en el que el expresidente llamó “violador de niños” al columnista Daniel Samper Ospina, una acusación sin fundamento. Ha debido retractarse, pe- no lo hizo, y Samper, con todo el derecho, se declaró injuriado. De inmediato, sus colegas publicaron una carta, titulada “Punto final”, apoyando a Samper y denunciando a Uribe.
A la carta no le falta justificación, pero, repito, el tono del texto es llamativo. Rezuma enojo y exasperación. Por momentos alcanza una elevada nota histérica, como una soprano poniendo a temblar la cristalería. Y cierra con una imputación de tinte telepático: “Pero él [Uribe] sabe todo esto”. No parece redactado por profesionales de la palabra, acostumbrados a usar el lenguaje con solvencia y sobriedad, sino por alguien a quien se le ha saltado un fusible.
Uribe, al igual que Donald Trump en Estados Unidos, tiene el poder de sacar de quicio a la prensa, y no solo por el contenido de sus trinos. Tradicionalmente, los grandes medios de comunicación han sido los celadores del discurso público: ellos decidían qué era noticia y qué no. Pero hoy, gracias al internet, figuras como Trump y Uribe pueden esquivar al celador y producir la noticia directamente, sin la ayuda o el filtro de la prensa. Es decir, sacan a los medios de en medio. Al rivalizar con ellos por el control de la narrativa y la captura de la audiencia, se vuelven sus competidores.
Tienen razón los periodistas en exigir que ese poder se use de forma responsable. Pero ¿y la responsabilidad de los periodistas? Para la ciudadanía no pasó desapercibido el flagrante gobiernismo de la prensa capitalina en los últimos años, que coincidió con un desaforado y nunca antes visto dispendio en publicidad estatal. Lo lamento por los firmantes de la carta, pero el sector al que representan no tiene, en este momento, la credibilidad de su lado.
Para tener credibilidad hay que tener coherencia. ¿Cuántas de esas firmas no usaron el poder de la pluma y el micrófono para desestimar las críticas a la negociación con las Farc, gracias a la cual serán indultados quienes —ellos sí— cometieron violación de menores a gran escala? El repulsivamente apodado ‘enfermero’ de las Farc, por ejemplo, autor de atroces abortos artesanales en cientos de niñas, podría aspirar, si así lo desea, al senado de la República. Y como si fuera poco, la guerrilla acaba de anunciar —pero no se escuchó en la trapatiesta de cartas, trinos y contratrinos— que no liberará al resto de menores que tiene en sus filas. ¿Dónde está la exigencia de “punto final” a las burlas de las Farc y la laxitud del gobierno?
Para tener credibilidad hay que tener, además, sentido de la proporción. Qué es peor: ¿acusar falsamente a alguien de violación de menores? ¿O la violación de menores propiamente dicha, y no una vez, sino de manera masiva, repetida y sistemática? A la gran prensa nacional le pareció serísimo lo primero, e indultable lo segundo. No se extrañen los comunicadores, pues, de estar perdiendo la confianza del público. Y eso fortalece, ni más ni menos, a quienes hoy les disputan el monopolio de la información.