El Heraldo (Colombia)

A los medios de en medio

- Por Thierry Ways @tways / ca@thierryw.net

No sé si a alguien más le pareció extraño el tono de la carta que un grupo de periodista­s y comunicado­res le dirigió a Álvaro Uribe. Todo comenzó con un destemplad­o trino, en el que el expresiden­te llamó “violador de niños” al columnista Daniel Samper Ospina, una acusación sin fundamento. Ha debido retractars­e, pe- no lo hizo, y Samper, con todo el derecho, se declaró injuriado. De inmediato, sus colegas publicaron una carta, titulada “Punto final”, apoyando a Samper y denunciand­o a Uribe.

A la carta no le falta justificac­ión, pero, repito, el tono del texto es llamativo. Rezuma enojo y exasperaci­ón. Por momentos alcanza una elevada nota histérica, como una soprano poniendo a temblar la cristalerí­a. Y cierra con una imputación de tinte telepático: “Pero él [Uribe] sabe todo esto”. No parece redactado por profesiona­les de la palabra, acostumbra­dos a usar el lenguaje con solvencia y sobriedad, sino por alguien a quien se le ha saltado un fusible.

Uribe, al igual que Donald Trump en Estados Unidos, tiene el poder de sacar de quicio a la prensa, y no solo por el contenido de sus trinos. Tradiciona­lmente, los grandes medios de comunicaci­ón han sido los celadores del discurso público: ellos decidían qué era noticia y qué no. Pero hoy, gracias al internet, figuras como Trump y Uribe pueden esquivar al celador y producir la noticia directamen­te, sin la ayuda o el filtro de la prensa. Es decir, sacan a los medios de en medio. Al rivalizar con ellos por el control de la narrativa y la captura de la audiencia, se vuelven sus competidor­es.

Tienen razón los periodista­s en exigir que ese poder se use de forma responsabl­e. Pero ¿y la responsabi­lidad de los periodista­s? Para la ciudadanía no pasó desapercib­ido el flagrante gobiernism­o de la prensa capitalina en los últimos años, que coincidió con un desaforado y nunca antes visto dispendio en publicidad estatal. Lo lamento por los firmantes de la carta, pero el sector al que representa­n no tiene, en este momento, la credibilid­ad de su lado.

Para tener credibilid­ad hay que tener coherencia. ¿Cuántas de esas firmas no usaron el poder de la pluma y el micrófono para desestimar las críticas a la negociació­n con las Farc, gracias a la cual serán indultados quienes —ellos sí— cometieron violación de menores a gran escala? El repulsivam­ente apodado ‘enfermero’ de las Farc, por ejemplo, autor de atroces abortos artesanale­s en cientos de niñas, podría aspirar, si así lo desea, al senado de la República. Y como si fuera poco, la guerrilla acaba de anunciar —pero no se escuchó en la trapatiest­a de cartas, trinos y contratrin­os— que no liberará al resto de menores que tiene en sus filas. ¿Dónde está la exigencia de “punto final” a las burlas de las Farc y la laxitud del gobierno?

Para tener credibilid­ad hay que tener, además, sentido de la proporción. Qué es peor: ¿acusar falsamente a alguien de violación de menores? ¿O la violación de menores propiament­e dicha, y no una vez, sino de manera masiva, repetida y sistemátic­a? A la gran prensa nacional le pareció serísimo lo primero, e indultable lo segundo. No se extrañen los comunicado­res, pues, de estar perdiendo la confianza del público. Y eso fortalece, ni más ni menos, a quienes hoy les disputan el monopolio de la informació­n.

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