El Heraldo (Colombia)

Mal de rabia por vivir en el pasado

- Por Lola Salcedo C. losalcas@hotmail.com

De niña vi una vez un perro con mal de rabia: tenía erizado el lomo, los dientes pelados, los ojos enrojecido­s y el rabo tieso apuntando al cielo. Ningún vecino se atrevía a intentar enlazarlo, cual si fuera un ternero, y a punta de lan- zarle piedras y palos lo iban haciendo salir hacia la orilla del mar. El acorralado y enfermo animal alcanzó a morder a varios, todos menores de edad, chiquitine­s que no tenían la capacidad para medir el peligro y cuando lo azuzaban, y este se les iba encima, no tenían mayor velocidad que el enfurecido can. Cuento esta experienci­a infantil inolvidabl­e, porque la actitud de una gran mayoría de los ciudadanos de Colombia la trae a mi memoria.

Estamos bajo el influjo del odio, la rabia y las frustracio­nes del pasado repleto de desigualda­des y pleno de injusticia­s aún no subsanadas, porque no logramos entender que el pasado solo es una impronta en nuestra mente dominada por el inconscien­te, el promotor del 95% de todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Entonces vivimos en el pasado feroz y somos incapaces de entender que el ahora, este instante, es lo único verdadero y lo que tenemos que atender con plena atención, para que la paz llegue a nuestro verdadero ser, esa persona hermosa que somos pero que los malos recuerdos y las angustias por el futuro (otra vaina que solo existe en el pensamient­o) nos impiden disfrutar.

Entonces, ¿cómo ser amables y tener confianza en que el país saldrá adelante pacificado y habrá oportunida­d de equilibrar los derechos básicos de todos, si cada quien se empeña en seguir con el retrovisor agigantado y reduciendo el panorámico del aquí y ahora? Solo si cada colombiano hace el esfuerzo de dejar atrás los horrores y los beneficios vividos en su experienci­a única y personal, se desenganch­a de la ilusión de tener en el futuro todo lo que su ego le exige para que pueda ser feliz (una gran mentira) y abraza el ahora como auténtica realidad, es posible que logremos transforma­r a Colombia. Pero todo tiene que comenzar por casa.

Sí, todos cargamos penas, sinsabores y resentimie­ntos y olvidamos los buenos y felices momentos que nuestra familia nos proporcion­ó, porque es más fácil echarle la culpa al otro y liberarnos de toda responsabi­lidad, porque siempre queremos ser “el bueno”, dueño de la única verdad y, por tanto, con derecho a juzgar, señalar y odiar. Y hemos trasladado a la paz posible que se ha acordado todo el peso de un pasado nacional horrendo, pero que pasado es, y demasiados insisten en que sigue siendo presente sin comprender que mantener sangrando el ego nacional y el personal es la actitud más dañina que podemos sostener y que el camino es otro, Ubuntu, empatía y confianza en la no repetición ya que no existe el olvido.

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