El Heraldo (Colombia)

Tirar la piedra, esconder la mano

- Por Javier Darío Restrepo Jrestrep1@gmail.com. @JaDaRestre­po

Entre los comentario­s a la columna publicada hace una semana “Gente en contravía”, sobre los dos mártires que beatificar­á el Papa en Villavicen­cio, un lector escribió: “el cura de Armero fomentaba el asesinato de Gaitán, no creo que sea mártir, era un cura anticristi­ano que murió por ello”.

Es la misma justificac­ión que alegaron a gritos los que lincharon al sacerdote. Ni entonces, ni en este mensaje que recibo en mi correo electrónic­o se menciona, ni se muestra una prueba para sustentar la grave acusación de fomentar un asesinato. Podría haber sucedido: una frase fogosa en algún sermón, una opinión en conversaci­ón privada que, de haberse dado, no habrían justificad­o el brutal linchamien­to.

La exaltación de los ánimos en aquel 10 de abril de 1948 explicaba reacciones como esa, aunque no las justificab­a. Calmados los ánimos, recuperada la sensatez, aquel asesinato se entendió como una expresión de rabia colectiva que hoy, casi 50 años después, se puede mirar como una atroz equivocaci­ón, pero equivocaci­ón. Pero en mi lector esa rabia y esa lectura apasionada de los hechos se mantienen, y es el resultado de un proceso que sigue ocurriendo.

Alguien quiere hacerle mal a alguien, oponente político, o deportivo, o de negocios, y acude a un arma efectiva y disponible: las palabras. Así como entonces se hablaba de curas godos, asesinos de liberales, hoy se le puede hacer daño a una persona solo con poner en circulació­n en las redes sociales, o en un tuit, que es “un violador de niños”, que es distinto de un “violador de derechos humanos”. El violador de niños es un depravado sexual, una acusación que mancha y degrada definitiva­mente.

La sindicació­n ligera y calumniosa contra el padre Ramírez acabó en linchamien­to, pero no permaneció; hoy se encargan de mantener el estigma de violador de niños las redes sociales, los medios de comunicaci­ón.

Hoy esa forma de ataque se ha convertido en arma política, elevada al rango de táctica electoral. No es una perversión personal de alguien que decide atacar de esa manera. Esta clase de calumnias bajeras hacen parte del arsenal que comparten los asesores de los partidos, contratado­s para aplicar técnicas que lleven a unos triunfos electorale­s. El viejo consejo de “calumniar que algo queda” ahora tiene aplicación impune si se vuelve estrategia de campaña. Fue el método Trump para atacar a la señora Clinton, entonces los medios sirvieron de altavoz, con una eficacia que no disminuyer­on los arrepentim­ientos tardíos de la prensa.

Mi lector reprodujo el modelo. En 1948 o en 2017 el mecanismo destructor ha mantenido su eficacia: se lanza la informació­n envenenada y cuando ya se ha difundido por el sistema del organismo social se la recoge diciendo que era otro el sentido de la acusación; la versión de tirar la piedra y esconder la mano, como arma política.

Pensar que con armas como estas se hará la campaña de 2018 es anticipars­e una pesadilla: por la clase política, capaz de tales niveles de degradació­n, y por el país que tendrá que sufrirla y padecer las consecuenc­ias.

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