El Heraldo (Colombia)

“Salí del pueblo por la violencia, y aquí me encontró de nuevo”

Dos mujeres víctimas de violencia intrafamil­iar narran las pesadillas que vivieron al lado de sus exparejas Miedo a hablar con otros hombres y 17 millones en deuda son algunas de las secuelas con las que sobreviven.

- Por William Colina Páez

Inérida Pabona Méndez salió de su pueblo natal Chimila, Cesar, desplazada por la violencia cuando era una niña. La mujer, que hoy tiene 33 años, pensó que no volvería a experiment­ar tanto miedo, pero dice que estaba equivocada.

Cuando tenía 16 años conoció a un hombre con el que duró un año de novios y después se fue a vivir con él. Ella trabajaba en una casa de familia, por lo que no pudo terminar el bachillera­to.

Con una sonrisa que muestra nerviosism­o, Inérida recuerda que al principio su pareja se mostraba como una “buena persona”, pero asegura que después llegaron los problemas con el papá de sus dos hijas.

“Empezó a cambiar, llegaba borracho, me insultaba y me agredía; muchas veces amenazó con matarme, pero yo seguí ahí, aguanté muchos años por las niñas”, dice Inérida con una sonrisa nerviosa que continúa en su rostro.

Hace cinco años que el maltrato físico, verbal y psicológic­o la hicieron reaccionar y decidió separarse del hombre que una vez amó.

Uno de los momentos que más recuerda Inérida luego de la separación fue cuando su expareja se llevó a su hija que apenas tenía tres meses de nacida y amenazó con lanzarla desde un puente si no le devolvía las cosas que se había llevado de la casa.

“Eso fue horrible, busqué ayuda con un señor del pueblo que me contactó con un fiscal de Soledad y así fue que pude recuperar a mi hija, a él lo capturaron y por lo que hizo solo pasó una noche preso”. A pesar de haber estado en prisión, el hombre siguió amenazando a Inérida. Ella no olvidará todos los difíciles momentos que asegura le tocó vivir por culpa del papá de sus hijas. Prefiere no decir su nombre, por el temor que sigue sintiendo.

“Hoy no me atrevo a hablar con ningún hombre por temor a que me vean y se lo digan, y me arme otro escándalo”. “Presté $17 millones en el banco, le saqué un carro y hasta lo ayudé a conseguir plata con mi familia, y les quedó mal”. MINELVA SIMANCA Abogada de la Oficina de la Mujer del Distrito. “Trabajamos para acabar con la impunidad de las agresiones”. FIORELLA ECHEVERRÍA Psicóloga de la oficina “Es crucial que se reconozcan como personas con derechos”.

SIGUIÓ AMENAZÁNDO­LA. Debido a las constantes amenazas de las que era víctima, Inérida decidió mudarse a donde una amiga, con la esperanza de que su expareja dejara de molestarla, pero afirma que nuevamente se equivocó.

“Llegaba allá también y me volvía a amenazar con matarme, me armaba unos escándalos y por miedo a que me fuera a hacer un daño me fui para el pueblo, pero mi niña menor se enfermó y casi se me muere, por eso me tocó regresarme”.

Hoy, asegura Inérida, que no se atreve a hablar con ningún hombre. Si va en un bus y al lado se sienta un hombre, se levanta enseguida y cambia de puesto porque le da miedo de que un amigo de su expareja la vea y se lo diga, o en el peor de los casos que sea él mismo quien la vea y le arme otro escándalo, por lo “obsesivo y celoso que es”.

“Me puse a estudiar para terminar el bachillera­to y eso fue peor porque entonces me esperaba en la esquina y me gritaba groserías.

Hace dos años llegó a mi trabajo y también me armó otro escándalo. Todavía es la hora que vivo con miedo”, manifiesta Inérida, con la ya recurrente sonrisa nerviosa.

TRES TRABAJOS. Para no pedirle dinero para sus hijas –porque cada vez que lo hace la insulta– la mujer consiguió tres trabajos con los que sostiene a su familia. Su jornada empieza desde las 5:30 de la mañana trabajando en una casa de familia, labor que desempeña hasta las 12 del mediodía. De ahí sale a trabajar con el conductor de un vehículo de transporte escolar, a quien ayuda a llevar a los niños. Ese trabajo lo hace hasta la una de la tarde.

Y de 1:30 a 5 de la tarde cuida a una niña. Inérida descansa un domingo cada quince días, el cual se lo dedica a sus hijas.

“No puedo comparar la violencia por desplazami­ento que viví con la violencia intrafamil­iar, cada una es un dolor diferente. Mi hija mayor, que tiene 15 años, me dice que no tiene papá, que cuando sea mayor de edad se va a quitar su apellido”, finaliza Inérida.

“ES UN APROVECHAD­O”. Otra víctima de violencia intrafamil­iar es una mujer que por miedo a su expareja prefiere no decir su nombre y menos el del agresor.

La víctima de violencia intrafamil­iar asegura que cuando era adolescent­e fue novia del hombre que hoy la tiene amenazada de muerte. Se dejaron durante ocho años, tiempo en el que se fue sin darle una explicació­n.

Al regresar a la ciudad volvieron a ser novios, pero ya él tenía una hija, lo que no le afectó a ella ya que eran adolescent­es y “poco me importaba saber de su vida”.

La pareja se comprometi­ó y en corto tiempo se casaron y tuvieron un hijo. Ella afirma que unos meses después lo empezó a conocer como persona y como hombre.

“Se fue a vivir conmigo a la casa de mi mamá, me dijo que trabajaba en la Fiscalía, que era investigad­or grado siete”, recuerda la mujer.

El agresor salía todas las mañanas y regresaba en horas de la tarde del trabajo que decía tener. “Pero lo que hacía era irse para donde su mamá”, cuenta. Relata que un día su expareja le dijo que ya no iba a trabajar más en la Fiscalía porque lo iban a trasladar para zona roja y se rehusó ya que apenas es- taba empezando a formar un hogar con ella.

Dice la mujer que no desconfió de su entonces pareja. Le aseguró que iba a empezar a trabajar en una empresa ubicada en la Vía 40, pero transcurri­dos tres meses le volvió a decir que se iba a retirar. Esta vez la causa era un supuesto inconvenie­nte en la parte de contabilid­ad y en el que no quería verse envuelto.

La víctima cuenta que esta vez el hombre tuvo una idea distinta. Le dijo que sacara un préstamo en el banco para montar un negocio y trabajar de manera independie­nte. De esta forma su agresor pondría en práctica lo que conocía: había estudiado administra­ción de empresas y ya había tenido negocios.

“Me convenció y presté 17 millones de pesos en el banco. También le saqué un carro gama media porque me dijo que tenía que mejorar el perfil. No sé qué pasó con el dinero, tampoco vi el supuesto negocio y cuando le pregunté me dijo que no me metiera, que tenía que cuidar de mi embarazo”, recontó la víctima el comienzo de los problemas económicos.

“Tiempo después me dijo que su socio se la ‘había hecho’ y se había ido con el dinero”, recordó. LE SACÓ MÁS PLATA. La víctima de violencia intrafamil­iar se dio cuenta de lo que sucedía cuando a su entonces esposo se le acabó el dinero que le había dado, incluidas unas tarjetas de crédito por cuatro millones de pesos. En ese momento empezó a presionarl­a para que le consiguier­a más plata prestada, pero con sus familiares.

“Le conseguí prestados 3 millones de pesos con un tío político. La esposa de mi hermano también le prestó 3 millones y hasta mi mamá también le prestó porque lo considerab­an un esposo ejemplar y una buena persona, pero a ninguno le respondió”, evocó. La primera vez que fue agredida, recuerda la mujer, fue cuando se negó a firmar unos documentos que el agresor le había entregado para que los firmara. Quería hacer otro préstamo en un banco, esa vez por 40 millones de pesos. Para colmo de males, su familia se alejó de ella al darse cuenta que su esposo se estaba aprovechan­do y que no era la persona que aparentaba.

“Me llevó a vivir a la casa de su familia y allí los episodios de violencia fueron bastante fuertes, todo el tiempo me decía que me iba a matar y además que me iba a quitar al niño”.

Actualment­e cuenta con la custodia provisiona­l de su hijo que le concedió el Bienestar Familiar, y en cuanto a las deudas que le dejó su expareja es consciente de que en cualquier momento le van a aparecer y tendrá que responder de una u otra manera, como afirma.

“Es un ser despreciab­le, un aprovechad­o, lo peor que me ha podio pasar en la vida, no tengo la menor idea de por qué se tuvo que atravesar en mi vida una persona tan mala, tan sucia; no quiero que nunca más se acerque a mi hijo porque sería un mal ejemplo para él”, dice llorando inconsolab­lemente la mujer, que todavía teme por su vida.

 ?? LUIS FELIPE DE LA HOZ ?? A la izquierda, la psicóloga Fiorella Echeverría junto a Inérida Pabona Méndez, víctima de violencia durante 12 años.
LUIS FELIPE DE LA HOZ A la izquierda, la psicóloga Fiorella Echeverría junto a Inérida Pabona Méndez, víctima de violencia durante 12 años.
 ??  ?? Una de las víctimas de violencia junto a su hijo.
Una de las víctimas de violencia junto a su hijo.
 ??  ?? Yarlenis Bermejo (izquierda), que fue quemada con ácido por su pareja, recibe atención en la oficina.
Yarlenis Bermejo (izquierda), que fue quemada con ácido por su pareja, recibe atención en la oficina.
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