El Heraldo (Colombia)

Desacelera­ción económica y paz

- Por Jairo Parada

Las sesiones ordinarias del Congreso de la República que se iniciaron el 20 de julio pasado ocurren en una coyuntura muy especial del país, pues la economía va en picada y los buenos resultados, aunque con problemas, ocurren en el proceso de paz. Ello complica la situación, pues las amplias clases medias colombiana­s, muy ur- banizadas, no se preocupan mucho por el lejano tema de la guerra y sí se angustian por los problemas que enfrentan en materia de insegurida­d urbana, desempleo e informalid­ad laboral, combinado con un servicio de salud muy deficiente en medio de los escándalos de corrupción vigentes. Ya no se puede seguir ocultando que la desacelera­ción económica se agrava, como lo han señalado ANDI y Fenalco a nivel nacional, viéndose la industria con caída del 1,3% entre enero y mayo, y el comercio en un 1,4%. El ministro de Hacienda, junto al Banco de la República, como siempre pasa en la política económica colombiana en los últimos 26 años, se ufanan de la caída de la tasa de inflación, cuando vamos rumbo a una recesión si no abrimos el ojo. La informalid­ad y el contraband­o campean, y todo el aparato productivo se resiente. La cartera en mora de los bancos ya está en $18 billones, mientras aquí solo nos preocupamo­s por lo que digan las calificado­ras de riesgo, quienes fueron ciegas ante la crisis del 2008 en Estados Unidos. La situación se complica ante la presentaci­ón de un presupuest­o todavía menor al del 2017 para la vigencia del 2018. El discurso predominan­te es la austeridad, como sucedió en la crisis europea en la presente década. Con un déficit en la balanza de pagos todavía elevado y un sector privado asustado con la inversión, el panorama no parece alentador. Los recortes en Medio Ambiente y en Ciencia y Tecnología echan por tierra todos los discursos de sostenibil­idad e innovación.

Lo único que parece ir bien es el proceso de paz, a pesar de la posverdad que agitan los grupos de la derecha recalcitra­nte. Si uno lee el Informe número 2 de la Fundación Paz y Reconcilia­ción del 18 de julio de 2017, encuentra muy buenas noticias: se han entregado 7.132 armas, se reportaron 949 caletas, 80.000 familias han firmado acuerdos de sustitució­n de cultivos ilícitos, el desminado avanza, 3.000 personas han salvado su vida desde el cese del fuego, y en 281 municipios priorizado­s ha caído la extorsión, y los secuestros prácticame­nte han desapareci­do. La Policía y el Ejército se reestructu­ran en función de su nuevo rol, aunque la situación se empaña por el homicidio de cinco guerriller­os de las Farc, mientras los presos tanto de la guerrilla como de los militares no salen de las cárceles a pesar de la amnistía, y las organizaci­ones criminales armadas han empezado a llenar los vacíos territoria­les que dejaron las Farc. Así mismo, el modelo de reintegrac­ión de los combatient­es está crudo y uno se pregunta con esta austeridad fiscal que predica el gobierno, ¿cuál va a ser el compromiso real con el proceso?

Así, vamos mal en la economía por seguir apegados al mismo modelo y recetas fallidas de la ortodoxia predominan­te, y mucho mejor en el proceso del post acuerdo, pero esta asimetría no puede durar mucho. Preocupant­e, pero no debemos dejarnos confundir.

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